Cuaderno de Bitácora

XXVII Campaña Antártica.- BIO "Hespérides" (A-33)

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‘Hespérides’ (A-33)
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‘Hespérides’ (A-33)

Comienza la singladura de buen cariz navegando en demanda de Montevideo surcando aguas del Mar Argentino con viento bonancible moderado del suroeste, mar marejada, cielo parcialmente cubierto y buena visibilidad.

Tras dejar por nuestra popa el Estrecho de Le Maire y la Isla de los Estados durante las últimas horas de la tarde de ayer, el “Hespérides” vuelve a navegar por aguas del Océano Atlántico ganando millas a rumbo norte a lo largo de la costa oriental de la Tierra del Fuego. Mientras que la orilla oeste y la orilla sur de la isla están caracterizadas por una marcada orografía que forma una intrincadísima red de fiordos y canales navegables entre las estribaciones más australes de la cordillera andina, la pampa recubre toda la mitad oriental de la isla, cubriendo de amarillentas llanuras toda su extensión mientras descienden suavemente hasta sumergirse en el Atlántico, conformando una costa baja y arenosa que otea las profundidades del Océano desde la atalaya fueguina de Río Grande.

El buen ambiente reina en todas las cubiertas del buque en estas jornadas de tránsito hacia Montevideo. Descansados tras la escala en Ushuaia, el sol vuelve a reinar en el cielo tras varios meses de frío glacial y nubes en el Océano Antártico. Lentamente, los termómetros se acercan a los diez grados centígrados y la perspectiva de volver a zonas climáticas templadas levanta el ánimo de cualquiera. Tampoco es el Mar Argentino una región especialmente tempestuosa, máxime si la comparamos con el Mar de Hoces, ya que las borrascas llegan hasta aquí debilitadas por la orografía que han tenido que batir para superar el Cono Sur americano. Con renovado espíritu de ánimo, el ”Hespérides” navega a rumbo norte propulsado por la energía de sus cuatro generadores diésel a una velocidad alegre de doce nudos, favorecida por el impulso que nos proporciona la Corriente de las Malvinas. Esta masa de agua procede de las gélidas aguas de la Antártida y recorre todo el litoral argentino hasta el mismo Río de la Plata. Desdoblada a través del Estrecho de Le Maire de la Corriente del Cabo de Hornos, su sentido de la marcha nos echa un cable en nuestro andar hacia la capital uruguaya, proporcionándonos un nudo adicional a la marcha que disponen nuestros renovados generadores de electricidad.

Son las 1114h de la mañana cuando el “Hespérides” pasa por el punto más próximo de nuestra derrota al accidente geográfico más célebre de estas latitudes: las Islas Malvinas. Invisibles para nosotros a ochenta millas náuticas de distancia, este archipiélago remoto, despoblado y carente de recursos naturales copó los focos de la atención mundial en el año 1982, cuando Argentina y Gran Bretaña llegaron a las manos por su soberanía, conflicto que se saldó con una pírrica victoria británica. Los motivos de esta, en apariencia, absurda guerra han sido ampliamente debatidos y son fruto de una reclamación territorial de tradición secular. Mientras que el lado inglés se arroga derechos de descubrimiento sobre Malvinas por la llegada de John Davis en 1592, esta visión de la Historia se olvida las innumerables cartas náuticas que dibujan el archipiélago desde casi un siglo antes, y que incluso se preocuparon en realizar un mapa específico de estas islas. No fue hasta 1763 que una expedición francesa fundó el primer establecimiento en la isla, a las que llamó “malouines” por la procedencia de su buque de la localidad gala de Saint Malo, nombre con el que pasaría a la posterioridad en lengua hispana. Tras transferir el establecimiento a España -verdadera soberana del archipiélago- y varios rifirrafes con los británicos que trataban de asentarse en la isla occidental, el archipiélago fue abandonado de nuevo por los españoles a causa de la invasión napoleónica, y fue ya una Argentina independiente la que volvería a tomar posesión de este territorio, soberana del mismo por motivos hereditarios, legales y geográficos. Sin embargo, esto no quedaría así. Trece años después de la toma de posesión del archipiélago sin noticias de Londres, en 1833 los británicos aplicaron una visión de la Historia afín a sus intereses para justificar la invasión de las islas. Eran tiempos en los que los grandes veleros se montaban a caballo de los cincuenta aullantes para ir de Europa a Asia y en los que los pioneros de la exploración antártica comenzaban a abrir al mundo esta tierra austral ignota. Para el Imperio Británico, disponer de una base avanzada en esta zona del mundo era una idea de lo más sugerente. La jovencísima nación del Río de la Plata, a la que no le faltaban broncas en el vecindario, nada pudo hacer ante la superpotencia del momento más que hacer una reclamación diplomática sobre Malvinas y todas las Islas del Atlántico Sur.

Los prolegómenos de la guerra y su resultado final son conocidos por todo el mundo; una maniobra de distracción del gobierno militar argentino que se estampó contra la férrea voluntad de Margaret Thatcher de defender hasta el último palmo de suelo británico. Probablemente, una diferente gestión de la reclamación soberanista argentina ante un Reino Unido que perdía interés en el Atlántico Sur en aquel tiempo habría permitido izar la albiceleste sobre Puerto Argentino. Cuarenta y un años después del conflicto, la devolución de Malvinas a Buenos Aires no parece ni tan siquiera probable. Tras el conflicto, las posiciones se enquistaron. Mucho tendrían que cambiar las cosas para que Gran Bretaña renuncie voluntariamente a su trampolín hacia la Antártida. Por su parte, aunque Argentina mantiene su reclamación territorial, la mayor parte de la población del país de la plata ha abandonado toda esperanza de recuperación o, simplemente, ha perdido el interés. Sin embargo, no todos se han olvidado de las Islas Malvinas. Además de en núcleos poblacionales con gran influencia de la Armada o de la Fuerza Aérea Argentina -los más afectados directamente por el conflicto-, en Ushuaia, capital de Tierra del Fuego y Malvinas, el sentimiento de pertenencia de las islas está a flor de piel. Cada año por estas fechas se celebra una vigilia con conciertos y actividades en memoria de los caídos y recordando la reclamación soberanista. Sin embargo, la memoria de Malvinas no se limita a unos pocos días al año. Permanentemente se hace patente en calles, plazas y edificios de la capital fueguina desde el mismo momento en que un buque recala en el puerto ushuaiense, desde donde se lee un enorme cartel que reza:

“Las Malvinas son argentinas y fueguinas”Rinde la singladura sin más novedad.

A la voz del Señor Comandante, a 07:13 horas se toca Babor y Estribor de guardia para salir a la mar desde el puerto argentino de Ushuaia con práctico a bordo, ventolina, cielo parcialmente cubierto, mar llana y buena visibilidad.

La llegada del otoño se ha hecho rápidamente patente en todas las circunstancias que envuelven la ciudad del Fin del Mundo. No fueron pocas las nevadas que cayeron sobre el Canal Beagle durante nuestra escala en Ushuaia, haciendo descender el blanco níveo de las nieves perpetuas que cubren las cimas de los Montes Martial hasta las zonas costeras de la capital de Tierra del Fuego. La rapidez con la que se acortan los días tras el equinoccio también se ve reflejada en la vegetación. Si a nuestra llegada el verde estival aún reinaba en las orillas del Canal, menos de una semana después, todo el hayedo fueguino exhibe la hermosa gama de colores rojos, anaranjados y amarillos que dispone la paleta otoñal. El final del verano también llega para los turistas que, de diciembre a febrero, anegaron los comercios y restaurantes de la céntrica calle San Martín ushuaiense. Muchos de los establecimientos de la ciudad cierran sus puertas a la espera de que llegue la temporada invernal, cuando las pistas de esquí y los deportes de nieve vuelvan a atraer hasta aquí a visitantes de toda la Argentina. La actividad portuaria también se aletarga hasta el próximo noviembre. El remolcador que nos asistió durante nuestra entrada en puerto también migra hacia latitudes más cálidas y nos encomendamos únicamente a la excelente capacidad de maniobra del “Hespérides”, para llevar a cabo nuestra salida a la mar.

Las benignas condiciones meteorológicas reinantes permiten que la maniobra se efectúe sin sobresaltos y, antes de las ocho de la mañana, el “Hespérides” también se despide de Argentina hasta el próximo verano austral. Las orillas del Canal Beagle -exceptuando los chatos islotes que sobresalen del traicionero Paso Mackinlay- se encuentran cubiertas de nieve para decir adiós al buque antártico de la Armada en su último tránsito por estas aguas de la XXVII Campaña Antártica. Por apenas unas horas no nos hemos cruzado con el “Juan Sebastián de Elcano”, que también surca estas aguas navegando en demanda del puerto peruano de El Callao. En torno al mediodía, con el práctico ya de vuelta hacia Ushuaia a bordo de su pilotina, el “Hespérides” ya navega por aguas abiertas barajando la costa sur de la Tierra del Fuego en demanda del estrecho de Le Maire.

El estrecho de Le Maire es un paso de dieciséis millas náuticas que separa el Cabo Buen Suceso, la punta más al este de la cordillera andina, de la Isla de los Estados, por lo que “estrecho” es una forma convencional de llamarlo. Sin embargo, esta ‘angostura’ es la que marca el límite septentrional de las durísimas tempestades que azotan los mares del sur. Los dos metros de ola se moderan según el buque arrumba al norte, enfrentando la corriente en contra que le aleja del Mar Argentino, para interponerse, oculto entre chubascos de nieve, entre la Península Aguirre, vértice oriental de la Tierra del Fuego y la mencionada Isla de los Estados. El nombre del Estrecho Le Maire se debe a la misma expedición que cruzó por vez primera el Cabo de Hornos; la liderada por Jacob Le Maire y Willem Schouten a bordo deI “Eendracht”. En 1616, semanas antes de doblar el Cabo “Hoorn” estos marinos holandeses bautizaron en honor a los Estados Generales de los Países Bajos la isla que dejaban por levante mientras atravesaban el estrecho que hoy lleva el apellido de Jacob. Su expedición no llegó a buen término; ambos navegantes fueron detenidos en Asia por romper las rutas de comercio con las Indias establecidas y Jacob Le Maire no sobreviviría al viaje de vuelta. Para su fortuna, Schouten sí consiguió retornar a Europa, dejando para la posterioridad el relato de sus hallazgos, y grabando para siempre el nombre de su malogrado compañero en estas aguas.

Cae la noche con la Isla de los Estados por nuestra aleta de estribor, mientras Península Aguirre apantalla paulatinamente el oleaje procedente del siempre furioso Mar de Hoces, que el “Hespérides” deja atrás –por fin- para recalar en las aguas más sosegadas que bañan las Islas Malvinas: el Mar Argentino.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando en demanda de Ushuaia con viento bonancible moderado del oeste, mar marejadilla, cielo parcialmente cubierto y buena visibilidad.

Los azotes de la tempestad que barre todo el Mar de Hoces parecen una pesadilla del pasado mientras la proa del “Hespérides” corta las negras y mansas aguas del Canal Beagle, entre afiladas cumbres que lo hacen prácticamente ajeno a la tormenta. El vetusto buque oceanográfico ha demostrado que tiene todavía cuerda para rato mientras recorre las últimas millas de esta singladura de treinta y siete jornadas que va a terminar en la Capital del Fin del Mundo argentina en la misma jornada equinoccial que da por concluido el verano en esta mitad sur del planeta.

La llegada de épocas más frías se hace patente cuando el buque enfila Bahía Ushuaia con las primeras luces del alba bañando con su luz las montañas más australes de la cordillera andina. Los característicos árboles que pueblan las laderas de Tierra del Fuego exhiben sus colores otoñales en una graduación desde el verde aún lozano en las costas del Canal hasta un rojo sanguinolento en las cotas donde las escarpadas laderas ya no permiten crecer la vegetación, y ceden terreno frente a las nieves perpetuas que pueblan las cumbres de los Montes Darwin. Y es que Ushaia exhibe sus mejores galas del año en este momento final del estío, que entremezcla en sus calles a los últimos turistas estivales que apuran las vacaciones de verano argentinas y a los más rezagados de los cruceros que visitan la Antártida con los visitantes que acuden al Fin del Mundo a disfrutar de los deportes de invierno que ofrece la Tierra del Fuego argentina.

Son las ocho y media de la mañana cuando, a la voz del Señor Comandante, se establece Babor y Estribor de guardia para recalar en Ushuaia. Por delante, siete jornadas en las que la dotación disfrutará de unos merecidos días de descanso tras la exigente actividad de cierre de bases a dos vigilancias y las fatigosas singladuras de cruce del Pasaje de Drake, siempre que las ineludibles guardias, reparaciones o tareas de reaprovisionamiento lo permitan. Aquí también diremos adiós a nuestros compañeros de aventura antártica del Ejército de Tierra y de la Unidad de Tecnología Marina, que se embarcarán en las próximas jornadas en sendos aviones rumbo a Buenos Aires, para volver a España tres meses después de su partida. Por nuestra parte, disfrutaremos de Ushuaia para cargar pilas antes de acometer los dos últimos meses de despliegue que nos llevarán hasta Montevideo, capital uruguaya y lugar donde se dará el pistoletazo de salida del último proyecto científico de esta XXVII Campaña Antártica.

Rinde la singladura sin más novedad

Comienza la singladura de mal cariz navegando en demanda de Ushuaia con viento frescachón del suroeste, mar gruesa con áreas de muy gruesa, cielo cubierto y chubascos ocasionales que reducen la visibilidad.

Desde que el pasado día catorce de diciembre nos aventurásemos por vez primera en las tempestuosas aguas que llevan el nombre de Francisco de Hoces, la meteorología nos había sido propicia durante los cinco cruces que habíamos realizado de las 480 millas náuticas que separan el Cabo de Hornos de las Islas Shetland del Sur. Son apenas 900 kilómetros, distancia equivalente a la que media entre Tarifa, el punto más meridional de la Península Ibérica, y el asturiano Cabo de Peñas, que habíamos conseguido superar airosos en todas las ocasiones anteriores, algo prácticamente inédito en las veintisiete visitas a la Antártida del “Hespérides”. Sin embargo, en nuestro último intento no seremos capaces de emular la buena suerte que caracterizó los pasos anteriores, y Sir Francis Drake va a desatar toda la furia de los sesenta bramantes sobre nosotros.

Ya el viento arreciaba anoche, anunciando la llegada del intenso oleaje con el que transcurre la madrugada. Las olas se encrespan por encima de los seis metros de amplitud, y copiosos chubascos de lluvia desfogan sobre nosotros mientras la mar nos provoca pronunciados balances de más de treinta grados de inclinación. No hay rumbo bueno para adaptarse a este bamboleo; los intentos de buscar una proa más a poniente o a levante que estabilicen algo la plataforma para subir haciendo bordos resultan infructuosos, y el buque continúa viendo como todos los objetos que no se encuentren convenientemente trincados “a son de mar” saltan por los aires de una banda a otra. Para colmo de males, los miembros de la dotación más susceptibles al mareo ven como la resistencia a la cinetosis adquirida por su sistema vestibular durante los largos meses de Campaña Antártida se ve abrumada por el exacerbado movimiento de balance y cabezada que provoca la mar muy gruesa, casi arbolada, en la que navega el “Hespérides” durante la mañana. Los grandes rociones de agua marina empañan todos los cristales y ojos de buey del buque, mientras las gigantescas olas barren la toldilla del “Hespérides” y dejan su proa suspendida en el aire para hacerla caer, golpeando con violencia sus senos. La faena de anclas del buque se resiente con cada uno de los pantocazos transmitiendo su estremecimiento a toda la estructura del veterano buque oceanográfico, que afronta su enésima lucha contra la mar indómita. La hipnótica visión de la tempestad desde el puente de gobierno es espectacular y no hay cámara fotográfica o filmación que sea capaz de capturar la impresión real que produce un buque en lucha contra los elementos.

Para nuestra fortuna, el oleaje procede de nuestra popa, con el viento del suroeste que ya se entabla por encima de los cuarenta nudos empujando la gran superestructura del “Hespérides” en su tránsito hacia el Cabo de Hornos. Merced a estos vientos, el “Hespérides” consigue dar un andar de once nudos, que modera sustancialmente el tiempo que el buque permanecerá en estas tempestuosas aguas. Navegar en estas condiciones es particularmente duro. Cualquier actividad, simplemente permanecer de pie, o, incluso, estar sentado en el mismo emplazamiento provoca un cansancio adicional por la necesidad de compensar continuamente las escoras del buque. Concentrarse para trabajar frente a un ordenador es harto complicado, por no hablar de las tareas que requieran un mínimo de actividad física, como pasar las rondas de máquinas o de estanqueidad. Para todos aquellos que aún tengan estómago para comer algo, el menú se limita a unos bocadillos y algo de pasta, que congregan a muy pocos comensales en torno a la línea del comedor, víctimas de esta batidora flotante que quita hasta el apetito. Todo esto tras una noche en la que las constantes escoras han impedido descansar convenientemente a más de uno. Llevamos cuarenta y ocho horas de mala mar, las últimas doce con mar arbolada, unas condiciones que producen gran fatiga física y mental que solo remitirá cuando el buque pase a socaire del Cabo de Hornos esta misma noche.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La esperada protección del extremo sur americano es completamente inútil en estas inusuales condiciones de mar muy gruesa procedente del suroeste. Las islas chilenas del Fin del Mundo andino de poco sirven cuando la mar viene del sur, y los seis metros de ola nos van a acompañar hasta nuestra entrada en el Canal Beagle. No es hasta después del ocaso que no vemos una mejoría palpable de las condiciones de mar y viento cuando, próximo a la medianoche el buque tuerce a poniente, exhausto, y pasa a socaire de Isla Nueva para recoger al práctico argentino que nos acompañará hasta Ushuaia.

El “Hespérides” ya ha completado su último cruce del Mar de Hoces de la XXVII Campaña Antártica y navega por las aguas mansas del Canal Beagle. Tras cinco “saltos” entre Sudamérica y la Antártida que parecían un regalo, los rigores del Mar de Hoces se han cebado con nosotros. Con motivo de nuestra salida definitiva de la Antártida, nadie puede decirnos ahora eso de que esto que hemos vivido ha sido “un Drake bueno”

Rinde la singladura sin más novedad

Comienza la singladura de regular cariz navegando en aguas del Mar de Hoces en demanda de Ushuaia con viento fresco del oeste, mar fuerte marejada, cielo parcialmente cubierto y buena visibilidad.

El último cruce del Mar de Hoces de la XXVII Campaña Antártica empieza bien. O todo lo bien que puedan encontrarse los sesenta rugientes en esta época del año. Ninguna borrasca azota todavía estas latitudes y el sol brilla sobre el cielo mientras el “Hespérides” se bambolea desacompasadamente bajo los embates de la mar de fondo. Este es el pan nuestro de cada día en todas las salidas de la Antártida, cubriendo el trayecto entre Sudamérica y las Shetland del Sur. En este caso, con motivo del cierre de bases y fin de Campaña, todas las cubiertas del buque se encuentran cubiertas por sacos de rafia, palés con material y otra maquinaria procedente de las bases, por lo que debemos vigilar, particularmente el personal de maniobra y la guardia interior, que todas estas se encuentren convenientemente trincadas para aguantar los golpes de mar, que todavía son flojitos, considerando lo que se nos viene por la proa.

Las bases antárticas españolas, al igual que el Campamento Byers, permanecen desocupadas durante todo el tiempo que dura el invierno austral. Las ventanas de sus módulos quedaron reforzadas con planchas de madera, al estilo de las que se ven en la televisión cuando un huracán se aproxima a las costas de Florida, y los marcos de las puertas sellados con cinta americana. En los garajes han quedado, deshinchadas, las embarcaciones de las bases, y las grúas que se usan para las cargas de material, desprovistas de gasolina y todo aquel fluido hidráulico que pueda congelarse y provocar averías en sus latiguillos o componentes internos. También queda aquí un remanente de gasolina, convenientemente almacenado en tanques, para permitir el arranque de la maquinaria en los primeros días de la próxima Campaña que está por venir. Los accesos a los módulos de habitabilidad quedan abiertos, mas no están cerrados con llave. La Antártida no es de nadie, y, aunque estas bases estén administradas por España, siempre debe dejarse acceso franco para cualquier persona que, en circunstancias de necesidad, pueda necesitar alojamiento dentro de estos módulos. Además, ¿Quién va a venir hasta aquí para robar o malograr nada?

Son en torno a las doce del mediodía cuando el “Hespérides” atraviesa el paralelo 60º S. Pese a que la temperatura del agua aún marca que no hemos superado la Corriente Circumpolar Antártica, por fin hemos abandonado las aguas que, por convenio, pertenecen a la Antártida, muchos de nosotros, para siempre. Aún nos quedan prácticamente dos tercios del Mar de Hoces por recorrer cuando cortamos este paralelo de especial significación, pero aquí empieza a arreciar la mar y el viento que nos recuerda la fantasmal figura de un viejo pirata al servicio de la Pérfida Albión. Aún algún valiente se aventuraba a hacer deporte esta mañana, así como el personal ajeno a la dotación embarcada, Ejército de Tierra o técnico de la UTM que se dejaba ver en los espacios comunes con motivo de los partidos de fútbol o la clasificación del gran premio de Fórmula 1. Sin embargo, a medida que el viento arreciaba y la mar se encrespaba, encontrarse a otras personas por el pasillo era cada vez más infrecuente. El teléfono del puente no paraba de sonar, y la pregunta más repetida era “¿cuándo va a ir esto a peor?”. Nadie es ajeno que este meneo, no es más que el pregonero del pronóstico que, desde hace varias jornadas, tiñe de rojo oscuro todas las aguas del tercio Norte de este Mar de Hoces, al que, a partir de mañana, va a pasar a desencadenar las furias de ese corsario que también le da el nombre de Pasaje de Drake.

Rinde la singladura sin más novedad

Comienza la singladura de regular cariz navegando a levante de Isla Decepción a rumbo 190º dando un andar de cuatro nudos con viento frescachón del suroeste, mar fuerte marejada, cielo cubierto de nubes bajas y buena visibilidad.

Poniendo proa por última vez a los Fuelles de Neptuno, el sol ilumina el alba de nuestro último día en la Antártida. Por fin para unos, con pena para otros muchos, llega una jornada que, tarde o temprano, todos sabíamos que iba a llegar desde que el pasado 16 de diciembre avistáramos, entre brumas, las níveas orillas de Isla Smith. Noventa y dos días después la aventura ha llegado a su final. Noventa y dos días en los que muchos de nosotros éramos conscientes de estar viviendo el sueño de muchas personas, divisando paisajes que tan solo unos pocos privilegiados han podido contemplar y realizando acciones en pos de la ciencia en un laboratorio natural único. El TN Alberto Román, Oficial de Maniobra y decano en experiencia antártica de la Cámara de Oficiales siempre describe la Antártida como ese lugar al que todos quieren ir pero muy pocos consiguen acceder. Y ahora se pone de manifiesto cuánta razón atesoran estas palabras. Es ahora cuando uno echa la vista atrás para recordar las numerosas experiencias vividas en el Continente Helado, paisajes de ensueño, fauna salvaje que nunca había interaccionado con el ser humano, frío extremo, peligro constante… y personas fantásticas entre todos los científicos y militares que formamos la familia antártica del “Hespérides”. El Continente Helado reúne todos los ingredientes para cocinar una experiencia que merece la pena vivir al menos una vez y que, después de ser experimentada, hace que cobren sentido las palabras que Antonio Quesada, secretario del Comité Polar Español, nos dirigió antes de comenzar esta expedición: la Antártida, si algo tiene de especial, es que engancha.

El buque enfila los Fuelles de Neptuno frente a las ráfagas en aumento de un viento frescachón del suroeste embravecido. El pronóstico meteorológico se cumple y las ventiscas de lluvia y nieve que se preveían levantan grandes olas dentro de Puerto Foster e imposibilitan la celebración del acto de cierre de la Base “Gabriel de Castilla”, con su evento central, la ceremonia de arriado de la Bandera Nacional, efectuado de una forma mucho más sobria y discreta de la que se merece. Sin embargo, los militares del Ejército de Tierra han hecho los deberes y ya esperan preparados para reembarcar cerca de la playa de guijarros negros que baña la base. Mientras el “Hespérides” da el consabido aviso por canal 16 de que nos disponemos a abandonar, por última vez, Puerto Foster, la dotación de la “Gabriel de Castilla” atraviesa los Fuelles de Neptuno reunida en el castillo del buque, brindando con una copa de champán para celebrar el final de la Campaña Antártica del Ejército de Tierra y despedirse como se merece de Isla Decepción, la que ya siempre será su isla. Como decimos en el argot naval, BZ –bien hecho- para todos ellos.

Algo más de tiempo se demora la recogida de la base “Juan Carlos I”. Bahía Sur está irreconocible comparándola con hace apenas doce horas. Nubes bajas cubren de gris todo el rosario montañoso de Isla Livingston, ocultándonos la silueta del Monte Reina Sofía, y los chubascos de nieve y lluvia velan las rojizas edificaciones de la estación científica donde los técnicos de la UTM terminan de cerrar la base para la invernada. Al contrario que en Isla Decepción, el cierre de estas instalaciones se prolonga durante varias horas más de las programadas. El “Hespérides” espera fondeado durante horas en Caleta Española, donde el viento está bastante más calmo que en el Mar de la Flota, pero sabedores de que fuera la meteorología arrecia y el viento en el Paso de Drake no espera a nadie. Son casi las cinco de la tarde cuando, por fin, los dieciséis técnicos que dotan la base están con nosotros, y permiten que, ya definitivamente, el “Hespérides” leve ancla y diga adiós a Isla Livingston. En el horizonte se distinguen, por nuestra popa, la roma silueta de Isla Decepción, por estribor las poco elevadas formas de Isla Snow y de nuestra Península Byers, y, por babor, Isla Smith, espectacularmente escarpada y montañosa; la misma Isla Smith que nos dio la bienvenida a la Antártida hace ya más de tres meses. Esta delegación de las Islas Shetland del Sur más noroccidentales nos despide mientras atravesamos el Estrecho Boyd hasta dentro de unos meses a unos, hasta siempre a otros, cuyo recuerdo sabemos que perdurará en nuestras retinas, de la primera vez que pudimos contemplar con nuestros ojos el Continente Helado.

A nadie le gustan las despedidas, pero es momento de recoger las maletas e irse. Lo cierto es que ya pesan los más de cuatro meses de Campaña desde que saliéramos el pasado 11 de noviembre de Cartagena. Huelga decir que, de todos los integrantes de la Campaña Antártica Española, los marinos del “Hespérides” somos los que, con diferencia, más tiempo de nuestras vidas consagramos a la Campaña Antártica. Antes que nadie, abandonamos nuestro hogar y nos hacemos a la mar, y volveremos los últimos, cuando ya los demás integrantes de la Campaña lleven meses de vuelta con sus seres queridos. No solo en la mar, todo nuestro año gira en torno a este barco y en hacer posible que salga a la mar en la fecha convenida por el Comité Polar para efectuar la siguiente Campaña Antártica. No por ello, el “Hespérides” es nuestro segundo hogar donde pasamos fechas entrañables como Navidad o Semana Santa, cumpleaños, festividades y todas y cada una de las singladuras antárticas, por descontado de las muchas otras que navegamos fuera del paralelo 60º S. Ahora, por sexta y última vez en esta Campaña, el Mar de Hoces nos espera, y, a diferencia de los cinco tránsitos anteriores, los pronósticos meteorológicos no son para nada halagüeños. No será nuestro paisano Francisco de Hoces quien nos acompañará en este último tránsito, sino el pirata británico que se atribuyó sus méritos, Francis Drake, pondrá el colofón a esta Campaña desencadenando la furia de los sesenta bramantes sobre nosotros, para que, los más viejos del lugar dejen de repetir esa cantinela de “esto es un Drake bueno”.

Rinde la singladura sin más novedad

Comienza la singladura navegando a través de aguas del Mar de la Flota en demanda de Bahía Fildes dando un andar de cuatro nudos con viento flojo del noroeste, mar marejadilla combinada con un metro de mar tendida del W, cielo parcialmente cubierto y buena visibilidad.

Las escasas cincuenta millas a recorrer en más de doce horas que separan Isla Media Luna del fondeadero de la Base Frei en Bahía Fildes permiten que el “Hespérides” pueda dar un respiro a sus baqueteados generadores y navegar despacio durante toda la noche sin comprometer su cita en Isla Rey Jorge. Tras varias horas transitando de esta guisa por las aguas abiertas del Mar de la Flota, el alba sobreviene con el buque haciendo hipódromos en Bahía Fildes a una distancia prudencial de las escupideras de hielo glaciar que jalonan su orilla oeste a la espera de que la claridad diurna ilumine las edificaciones rojizas de Base Frei y el pequeño pueblecito donde vive durante todo el año su dotación, conocido popularmente como “Villa las Estrellas”.

Que el final del verano ya está aquí también se hace patente en el número de visitantes que registra la bahía más cosmopolita del Continente Helado. No todas las estaciones científicas bañadas por las aguas de Bahía Fildes son de ocupación anual y muchas de ellas ya han detenido su actividad científica hasta el próximo verano. Además, el revuelo de buques de diversas índoles que recalan en Caleta Ardley atraídos por los vuelos que conectan Isla Rey Jorge con Punta Arenas ha disminuido muy notablemente desde los primeros días de marzo, lo que facilita mucho encontrar hueco en un fondeadero donde, los días de vuelo, hace falta darse codazos para encontrar un sitio donde echar el ancla.

Nos despedimos, en primer lugar, de los integrantes del proyecto “Polar Change”. Han pasado más de cuatro semanas desde que estos 33 científicos y técnicos se hicieron a la mar con nosotros desde Punta Arenas, con ese embarque de su material “in extremis” a bordo de uno de los remolcadores del puerto. Cuatro semanas en las que han pasado de ser completos desconocidos de profesiones y lenguas extrañas a personas con nombres propios como Manuel, Elisenda, Rafa, Odile, Sive o Christina con quienes hemos compartido vida y experiencias. El mosaico de nacionalidades y disciplinas científicas que lo integraban podía dar la sensación de que “Polar Change” iba a ser un proyecto de lo más heterogéneo, donde la cohesión entre sus miembros sería muy precaria, separados por barreras lingüísticas y profesionales difíciles de sortear. Sin embargo, esta impresión no podía estar más alejada de la realidad. El buen ambiente que desprendían no se limitaba al buen grupo que formaron entre sí, sino que hicieron su afabilidad extensiva a todos y cada uno de los miembros de la dotación durante todos esos momentos que compartieron con nosotros en las embarcaciones, en el gimnasio, en las comidas o en cualquier encuentro fortuito por los pasillos del buque. Verdaderamente, este ha sido uno de esos grupos de personas cuya calidad humana deja huella, probablemente, como a unos de los grupos de investigadores a los que más vamos a recordar en un futuro.

Tras despedirnos de “Polar Change”, los siguientes barqueos de las zodiac servirán para desplazar a playa a los científicos procedentes de las bases. Son movimientos muy rápidos, gracias a las buenas condiciones meteorológicas y bien coordinados con el personal del aeródromo, en gran medida, merced a que la infraestructura de las bases chilena y rusa permite hacer las veces de terminal aeroportuaria, cobijando al personal que espera un vuelo mientras el avión sobrevuela las últimas millas del Mar de Hoces para tomar tierra en el aeródromo Teniente Eduardo Marsh.

Todo está terminado en la “Juan Carlos I”, y esto no es tan baladí como a priori pueda parecer. La hermosa meteorología que tiñó de un reflejo rosado las blancas cumbres de los montes Tangra tiene las horas contadas. El viento de poniente comienza a arreciar, mientras el “Hespérides” leva fondeo para poner rumbo, por última vez de esta Campaña, a los Fuelles de Neptuno. Tan solo nos queda recoger a los tripulantes de ambas Bases Antárticas Españolas para poder, por fin, levar anclas e internarnos en las tempestuosas aguas del Mar de Hoces rumbo a la capital del Fin del Mundo Argentina.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz fondeados frente a la Base Antártica “Juan Carlos I” con el sexto grillete del ancla de estribor en cubierta, viento flojito del SW, mar rizada combinada con medio metro de mar tendida del suroeste, cielo despejado y buena visibilidad.

Poco antes de las siete de la mañana, las luces del alba comienzan a perfilar las siluetas de los montes Tangra inusitadamente visibles en su totalidad merced a las altas presiones que se proyectan en estos días sobre el Estrecho de Bransfield. Con la dorada luz del alba iluminando ya Bahía Sur aunque con el astro rey todavía oculto tras las montañas que rodean la base española por el este, a la voz del puente de gobierno Iván Acebedo, el contramaestre, dirige el arriado de embarcaciones que se aproximarán a la base “Juan Carlos I” para traer a bordo a los científicos de la base. La investigación en Bahía Sur finaliza hasta la próxima Campaña Antártica Española, quedando la dotación de la base “Juan Carlos I” como únicos moradores de Caleta Española para hacer las últimas tareas logísticas para dejar convenientemente clausurada la estación científica.

Todos los investigadores que formaban parte de la Campaña Antártica Española se encuentran a bordo del “Hespérides”. Un equipo multidisciplinar que abarca no solo la panoplia de especialidades de los científicos que participaron de nuestro Polar Change, sino que se ve ampliada por geólogos, vulcanólogos, meteorólogos y biólogos marinos procedentes de las bases antárticas. El destino de todos ellos es el mismo: el aeródromo chileno “Teniente Rodolfo Marsh”. De ahí saldrá, durante la mañana del día 17, un vuelo con destino a Punta Arenas que les devolverá al mundo habitado por el ser humano, desde donde repartirse a lo largo y ancho del globo para volver a sus catorce países de origen. Aunque de apenas 24 horas de duración, este tránsito dista de ser tan cómodo como nos gustaría ofrecerles a nuestros huéspedes. Las 37 camas -18 camarotes dobles y el individual del jefe científico- resultan insuficientes para alojar a nuestros 33 científicos de “Polar Change”, a los 12 procedentes de la base “Gabriel de Castilla” y a los 14 recién embarcados en Bahía Sur. Para acomodarles resulta imprescindible recurrir a todos los espacios de habitabilidad del barco. En sofás, colchonetas, esterillas… todas las cámaras del buque; espacios de esparcimiento de Oficiales, Científicos y Suboficiales, se clausuran temporalmente para alojar a estos nuevos pasajeros en el trayecto hasta Isla Rey Jorge. Afortunadamente, las bonancibles condiciones meteorológicas facilitan las cosas y no anticipan que esta incómoda estancia vaya a alargarse más de lo convenido ni a dificultarse en demasía por causa del estado de la mar.

Pocas horas después de comenzar el tránsito desde Bahía Sur, el “Hespérides” dobla el extremo más suroccidental de Isla Livingston para recalar en el Estrecho McFarlane, el paso navegable que separa la segunda isla más grande de las Shetland del Sur de su vecina, Isla Greenwich. Nuestro destino es una pequeña ínsula de apenas una milla de largo por una milla de ancho que lleva el nombre de su característica silueta: Media Luna. Resguardada en el paso que separa las dos islas y abierta desde el este por una bahía semicircular con sondas suficientes para permitir fondear en su interior, es un emplazamiento idóneo para establecer un asentamiento, escogido por los argentinos en 1953 para instalar ahí su Base Antártica “Cámara”. Este golfo, conocido como Bahía Menguante, no puede tener un nombre menos apropiado para las australes latitudes en las que nos hallamos. Aquí, en el Hemisferio Sur, las fases de la luna tienen lugar de forma inversa a las observadas desde la mitad norte del globo. En Argentina es injusto acusar a la luna de mentirosa como hacemos en España, ya que cuando su silueta describe una “C” en el firmamento nocturno, nuestro satélite selenita indica, con razón, que su fase se encuentra en un estadio creciente.

Isla Media Luna, en sí, es apenas un islote de cantos rodados y guijarros grisáceos poblado por unos despistados juveniles de pingüinos papúa, palomas y gaviotines antárticos. Sus dos elevaciones principales se levantan sobre cien metros sobre el nivel del mar y sirven de atalaya a unos escúas mucho menos agresivos que sus congéneres de otras islas, probablemente, debido a que su temporada de cría ya ha terminado y se encuentran menos alterados por el protector instinto paternal. Sin embargo, es el paisaje que rodea la ínsula lo que le da valor especial. En días tan espectaculares como hoy, sin una nube en el cielo, es de admirar la espectacular fachada oriental de Isla Livingston, una perspectiva que no habíamos tenido la oportunidad de fotografiar hasta ahora y que habría sido una lástima no visitar antes de salir de la Antártida. Sin ninguna duda, la sede de nuestra “Juan Carlos I” es la más hermosa de todas las islas que conforman el archipiélago de las Shetland del Sur.

Los dorados rayos del atardecer provocan áureos reflejos en las calmas aguas del Estrecho McFarlane mientras el “Hespérides” leva fondeo y navega a rumbo sur, hacia el Mar de la Flota. La Antártida nos ha brindado una hermosa estampa, de despedida para nuestros científicos, muchos de los cuales no habían podido disfrutar de otros paisajes que no fueran los inmediatamente próximos a las bases “Gabriel de Castilla” y “Juan Carlos I”. Cincuenta millas por la proa a recorrer en las más de doce horas que restan para la salida del avión de Punta Arenas que vendrá a poner punto y final a otra de las etapas de este cierre de bases antárticas y clausura de la Campaña Antártica.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz fondeado en Isla Decepción con el quinto grillete del ancla de babor en cubierta frente a la Base Antártica Española “Gabriel de Castilla” con viento flojo del noroeste, mar rizada, cielo despejado y buena visibilidad.

Tras efectuar las operaciones precursoras al cierre de la base “Juan Carlos I” en el día de ayer, hoy se hace lo propio en la base que el Ejército de Tierra sostiene en Isla Decepción. Al igual que hace doce horas en Bahía Sur, las condiciones meteorológicas que reinan en todas las Islas Shetland del Sur no podrían ser más favorables a nuestros intereses. No hay ni una sola nube que ponga la más mínima mácula a la bóveda azul celeste sobre las colinas negruzcas del cráter volcánico que es Isla Decepción. Bajo un sol radiante, la isla exhibe una gama cromática que va desde el blanco níveo de las nieves perpetuas que cubren las cotas más altas de la isla bajando fundida a negro grafito por sus laderas para sumergirse en unas aguas de color azul intenso, reflejo del impecable cielo que nos brindan, como despidiéndose, las Islas Shetland del Sur. La visibilidad es tan buena que por encima de los oscuros cerros achatados que coronan Isla Decepción destacan las orgullosas formaciones montañosas de Isla Livingston, alzándose imponentes y flamantemente blancas sobre un cielo normalmente nuboso que nos niega su visión.

No hay tiempo para detenerse a admirar el paisaje. Desde antes de las ocho de la mañana las zodiac del buque hacen hipódromos sin cesar para recorrer la distancia que separa el buque de las edificaciones rojizas techadas con los colores de la rojigualda que han sido hogar de decenas de científicos en los últimos meses y que ahora van a quedar desiertas durante los largos y fríos meses del otoño e invierno austral. Cubiertas por varios metros de nieve y una banquisa que cierra puerto Foster entre mayo y octubre, la base entrará en breve en su letargo invernal del que no despertará hasta que sus ocupantes reanuden la actividad aquí cuando llegue diciembre. No obstante, “Gabriel de Castilla” presenta un aspecto algo diferente al de hace unos meses. En la segunda hilera de construcciones, por detrás de los módulos de transporte y habitabilidad, un nuevo módulo alza sus paredes rojo granate en el lugar que anteriormente ocupaba una caseta anaranjada. Todo el material que anegó las cubiertas exteriores del “Hespérides” durante el tránsito de bajada se ha convertido en una nueva y flamante edificación que renueva, poco a poco, las ya vetustas instalaciones de la base, muchas de ellas, idénticas a las instaladas en el año de 1989, cuando comenzó la actividad científica en la base que lleva el nombre del descubridor de la Antártica. Los restos de la antigua edificación, así como otros residuos producto de la actividad humana, muestras y material científico son los que ahora hacen que en cubierta de vuelo no quepa ni un alfiler, para disgusto de los “crossfiteros” que habían hecho de la cubierta 02 su espacio de entrenamiento, al aire libre, y con espacio suficiente para practicar su deporte favorito.

Las condiciones meteorológicas permiten que, a media tarde, los movimientos logísticos de cierre de la base ya se hayan cumplimentado en su totalidad. El tiempo se ha acabado para los investigadores de los proyectos y las series temporales que se llevaban desarrollando aquí desde hacía meses, y su momento de volver al buque que les trajo hasta aquí en diferentes tandas –algunos llevan aquí desde diciembre- ha llegado en la tarde del, quince de diciembre, siete días antes de que termine oficialmente el verano austral. Tan solo los dieciséis militares que sostienen la base permanecerán aquí durante un par de días más, cerrando tanques de combustible, vaciando circuitos de agua, estibando la maquinaria y reforzando las instalaciones para hacerlas capaces de resistir a las durísimas condiciones del invierno antártico.

Antes de venir al Continente Helado, los más veteranos advierten a los neófitos de que la meteorología aquí, por más hermoso que se encuentre el día, es mortalmente traicionera. No te puedes fiar del más prometedor de los hombres del tiempo, ni descartar que, de un momento a otro, se levante un temporal y comience a llover –o a nevar- con profusión. Bahía Esperanza o Base Primavera ya nos han enseñado que es un abrir y cerrar de ojos el tiempo que hace falta para convertir la más hermosa mañana en un temporal de nieve que tiñe de blanco esas laderas volcánicas negras como el tizón apenas media hora antes. El chubasco es tremendamente copioso; copos de nieve grandes como la palma de una mano caen sobre los últimos investigadores que suben al “Hespérides” desde las zodiac quienes, atónitos, asisten cómo la asistencia logística ha estado a minutos de quedar inconclusa, de lo que únicamente resta dar la enhorabuena al buen hacer de patrones, proeles y demás personal afanado en labores de cubierta.

Con la misión cumplida en Isla Decepción, el “Hespérides” afronta la penúltima salida a través de los Fuelles de Neptuno de la Campaña para recorrer, una vez más, las treinta millas náuticas que separan las dos Bases Antárticas Españolas. El ocaso sobreviene recorriendo este trecho del Mar de la Flota, y las tinieblas de la noche más oscura –aunque ya sin precipitaciones-, envuelven al buque cuando el “Hespérides” tira el ancla de estribor a pocos cientos de yardas de Caleta Española. Aquí pernoctará a la espera de las primeras luces del alba para terminar las labores que ayer dejó a medias. La llegada del buque solo significa una cosa para los científicos de la “Juan Carlos I”: que están a horas de unirse a sus compañeros de Isla Decepción para subirse al último viaje de su Campaña Antártica.

Rinde la singladura sin más novedad.
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