Cuaderno de Bitácora

XXVII Campaña Antártica.- BIO "Hespérides" (A-33)

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‘Hespérides’ (A-33)
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‘Hespérides’ (A-33)

Comienza la singladura de regular cariz navegando en demanda de Funchal a rumbo 033 con viento fresco del norte, mar fuerte marejada, cielo despejado y horizontes tomados por calima.

Nuestra navegación por el brazo marítimo que separa Dakar de Cabo Verde ha sido meteorológicamente más accidentada que la de jornadas anteriores. Con el desplazamiento del Anticiclón de las Azores a levante, cerca de las costas gallegas, los vientos alisios se encuentran inusualmente encañonados en estas latitudes, convirtiendo las suaves brisas que antaño empujaban a los barcos hacia el Caribe en vientos más propios de un temporal. La mala mar ya se prolonga durante casi 24 horas, por lo que se decide meter en carga el tercer generador de electricidad disponible para compensar el efecto de la mar adversa en crecimiento. Gracias a este impulso, el “Hespérides” consigue transitar toda esta jornada a unos ocho nudos y medio de avance, una velocidad pobre, pero suficiente para llegar a tiempo a Funchal, y más en estas condiciones meteorológicas.

El último domingo en la mar de la Campaña transcurre entre rociones y olas de más de dos metros de amplitud con el “Hespérides” navegando inmerso en el ambiente neblinoso por la presencia de calima. Este fenómeno meteorológico, bien conocido en las Islas Canarias, es típico de esta región oceánica, donde los vientos alisios transportan miles de millones de diminutas partículas de polvo en suspensión procedente del desierto del Sáhara. Estas moléculas permanecen adheridas al buque durante días por efecto de la altísima humedad reinante, dotando a las cubiertas exteriores de un sucio color arenoso que no se retira por mucho que el personal de cubierta se afane en baldearlas. En ocasiones, como nos sucedió en el tránsito de bajada, los vientos alisios traen a bordo insectos desde el litoral africano o de Cabo Verde, como chinches verdes, grillos o algún bicho más grande como mantis religiosas. El movimiento de insectos por las corrientes de aire, de forma individual o gregaria, es una de las formas de desplazamiento más comunes de estos animales. Es especialmente célebre el relato bíblico de la plaga de langostas que asoló Egipto como octavo castigo divino por la negativa del faraón a liberar el pueblo de Israel. Castigo divino o no, la llegada masiva de insectos –especialmente langostas- puede resultar letal para poblaciones agrarias como las que habitan en esta región al sur del Sahel, ya que actúan como vector transmisor de enfermedades y pueden devastar los cultivos de toda una región, provocando terribles periodos de hambrunas y escasez.

La singladura dominical comienza sus últimos compases con el “Hespérides” navegando ya frente a Nouakchott, la capital de Mauritania. Esta república islámica es uno de los países más pobres del Sahel, ya que ve como el desierto del Sáhara ocupa casi el 90 % de su territorio. La amplia mayoría de sus cuatro millones de habitantes habita o bien junto a la costa o en el sur, en las regiones que hacen frontera con Senegal, más húmedas y fértiles. La pesca, la agricultura y, sobre todo, la ganadería nomádica son las actividades que emplean a la mayor parte de este país desértico, la última nación del mundo en abolir oficialmente la esclavitud, en 1981.

Golpeando fuertemente las olas con los pantoques del barco, la noche cae y el “Hespérides” mantiene velocidad avante para enfrentar las olas que nos separan de nuestro objetivo. No es tarea fácil, ya que el viento arrecia cada vez más y se tuerce al noreste a medida que nos aproximamos a otro de los puntos más significativos del litoral atlántico africano: el Cabo Blanco.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando a rumbo nornoreste con viento bonancible moderado del norte, mar marejada, cielo despejado y horizontes tomados por calima.

Durante las últimas horas de la tarde de ayer, el viento comenzó a tomar una componente norte que indica, inequívocamente, que los vientos alisios del Hemisferio Norte ya están aquí. Y no podían ser más inoportunos. En torno a media mañana, el “Hespérides” tuerce su rumbo al nornoreste para enfilar el pasaje que separa Dakar de Cabo Verde, donde estos vientos, crecidos en intensidad arrecian por nuestra proa, levantando olas que rompen contra los pantoques del “Hespérides”. Para cuando el buque alcanza la latitud de las islas más australes del archipiélago, con cada pantocazo, la mar fuerte marejada nos deja clavados a apenas siete nudos de velocidad. Y estos vientos, que son una bendición para los barcos que viajan de Europa a América, no pueden ser más contrarios a nuestros intereses.

Aunque hoy en día los sistemas navales de propulsión mecánica nos permiten, con más o menos fortuna, maniobrar el barco con independencia de las condiciones meteorológicas reinantes, hace poco más de un siglo y medio navegar enfrentado a los vientos alisios era poco menos que una utopía. Los navegantes a vela debían gobernar las embarcaciones siguiendo los caminos del mar; buscando las latitudes donde los vientos les eran propicios para alcanzar sus puertos de recalada. Los portugueses fueron los primeros en explotar esta “volta do mar”, de la que hablamos hace unos días. Las naves lusas, cargadas de especias en sus factorías de la India remontaban el litoral africano hasta recalar en sus colonias de Cabo Verde. Aquí se encontraban con los mismos vientos que padecemos nosotros, pero, en vez de enfrentarse a ellos, se dejaban llevar por ellos hacia poniente, en dirección contraria al rumbo directo que les dejaría en Lisboa. Fueron ellos, navegantes como Juan de Nova los que descubrieron la circulación climática global en sus primeros estadios, y ganaban millas hacia el norte navegando de bolina o través esos alisios que les empujaban suavemente hacia poniente. La vuelta la daban al regresar a la célula climática templada, donde los vientos reinantes se torcían hacia levante, y únicamente tenían que dejarse llevar de empopada para utilizar estas componentes hasta retornar a la Península. Sin embargo, los que verdaderamente dominaron esta técnica de navegación y descubrieron su aplicación en todos los océanos del mundo fueron los marinos de los galeones españoles.

Los viajes del Descubrimiento de América y la Primera Vuelta al Mundo de Juan Sebastián de Elcano no hicieron más que sentar las bases de una nueva forma de concebir la mar, un conocimiento que, hasta la fecha, se había circunscrito a las confinadas aguas del Mediterráneo y otros mares interiores, como el Báltico de la liga hanseática. Estos viajes oceánicos no solo demostraron empíricamente la esfericidad de la tierra, su navegabilidad de punta a punta y la existencia de un Nuevo Mundo ajeno al conocimiento europeo. También sirvieron para tender puentes que conectasen Europa y todos estos nuevos lugares con las fabulosas riquezas de Asia. Fue fray Andrés de Urdaneta, el mismo que posicionó la “San Lesmes” en el Cabo de Hornos, el que hallaría el camino que unía las islas Filipinas con el Nuevo Mundo. Desde allí, numerosos marinos se habían aventurado a tratar de volver a América navegando a rumbo este por las inmensidades del Océano Pacífico para no volver, merced a los caprichosos y todavía ignotos vientos de la mayor extensión oceánica de la Tierra. Pero Urdaneta, tenaz, tenía entre ceja y ceja hallar la ruta de Asia a América, y había aprendido muchas cosas de la desastrosa segunda circunnavegación dirigida por Jofre de Loaysa. Entre otras, el clérigo vasco fue de los primeros en ser consciente de la importancia de la fruta y los vegetales frescos en la prevención del escorbuto y dispuso su embarque entre los víveres que pertrecharían su expedición. Fueron meses de estudio en Manila los que pasó, seleccionando cuidadosamente a la dotación y preparando su expedición de vuelta hacia América hasta que encontró el equivalente a la “volta do mar” del Pacífico. Para ello, navegó hasta las costas de Japón y descubrió lo que hoy conocemos como corriente del Kuroshio, que describía un perfecto arco bajo las aleutianas y Alaska para devolver a los marinos, sanos y salvos, a lo que hoy es la Costa Oeste de Estados Unidos y recalar en Acapulco. Había descubierto el tornaviaje, estableciendo así una ruta comercial tan provechosa que duraría más de doscientos cincuenta años: la del Galeón de Manila. Cuando aún faltaban décadas para que el primer barco de otra nación europea se internase en el Estrecho de Magallanes, España ya había descubierto y explotaba comercialmente una ruta que enlazaba entre sí todos los continentes habitables del planeta. Definitivamente, Europa aprendió a navegar en libros españoles.

Aunque muchos de nosotros, adanistas, consideremos que los habitantes de tiempos pretéritos eran gente inculta e ignorante, el más tonto hacía relojes de madera, y aprendieron a aprovecharse de los vientos alisios en vez de enfrentarse frontalmente a ellos como hacemos nosotros, por las bravas. Navegamos a rumbo norte dando fuertes pantocazos que nos ralentizan un nudo de avance y comprometen nuestra llegada a tiempo a Funchal. Sin embargo, y merced al tiempo ganado estas últimas jornadas, podemos permitirnos esperar unas horas antes de que la meteorología mejore y volvamos a dar los ocho nudos de avance que necesitamos para llegar en tiempo y forma a Madeira.

Con todo, y a pesar del movimiento, la singladura del último sábado en la mar de esta Campaña Antártica transcurre con la usual tranquilidad. El viento refresca un poco el calor sofocante -algo encapotado también por efecto de la calima-, y la comida se sirve en cubierta de vuelo para despedir a los científicos de este último proyecto de la Campaña y celebrar la última barbacoa del año. Bajo la calima y un oleaje que nos recuerda más al Mar de Hoces que al Golfo de Guinea, transcurre el que será el último fin de semana en la mar de la XXVII Campaña Antártica.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando a rumbo 342º dando un andar de diez nudos con viento flojo del oeste, mar marejadilla, cielo cubierto con chubascos ocasionales de lluvia y viento y buena visibilidad.

Nuestro tránsito por aguas ecuatoriales continúa en las mismas condiciones meteorológicas del día de ayer. El calor, la humedad y los chubascos son los que mandan mientras navegamos a rumbo nornoreste acercándonos lentamente a ese punto de las costas africanas donde las selvas congoleñas tocan el mar. Antiguamente conocido como Costa del Oro, el Golfo de Guinea es un lugar que muchas veces soslayamos en nuestra visión eurocéntrica del mundo, pero que en los últimos años está cogiendo una relevancia boyante en el mapa geoestratégico mundial.

El Golfo de Guinea es esa característica panza que se interna en el corazón de la costa atlántica de África en el lugar que antaño unía el continente negro a Sudamérica. Desde tiempos antiguos los europeos acudimos a estas costas con el objeto de obtener las ingentes materias primas que atesora; oro, marfil…. y esclavos. Tras la descolonización, en contraste con los gigantescos países del interior africano (Argelia, Sudán, el Congo…), diez pequeñas naciones se reparten el litoral guineano buscando dar salida a través de los caminos del mar a las inmensas riquezas que tienen estas tierras. No solo es oro, sino también petróleo, gas natural, diamantes, bauxita o tierras raras. Sin embargo, sus más de trescientos millones de habitantes no llegan a ver reflejadas estas riquezas en su nivel de vida. Estas naciones adolecen de profundísimos problemas estructurales; subdesarrollo, conflictos armados y auténticos señores de la guerra que campan a sus anchas ante unos estados débiles y corrompidos que, impotentes, se ven carentes de medios con los que hacerles frente. Y en medio de este embrollo, un país emergente por donde pasa la resolución de todos los problemas de esta zona: Nigeria.

Con una población de doscientos millones de almas y riquísima en recursos naturales -particularmente energéticos-, Nigeria ha experimentado en los últimos 20 años un crecimiento espectacular que la hicieron superar a Sudáfrica como primera economía del continente. Su economía se basa en las exportaciones de crudo y gas natural a países como España -su segundo mejor cliente-, hasta el punto de constituir cerca del 80% de los ingresos del Estado. Sin embargo, la explotación del oro negro del delta del Níger es objeto de constantes disputas entre los gobiernos nacionales, compañías mineras y organizaciones criminales que se comportan como auténticos señores de la guerra. Y mientras el Estado emplea sus exiguas fuerzas para controlar estos recursos, al crimen organizado se le abre todo un mundo de actividades ilícitas como la pesca ilegal, el tráfico de armas o de personas. Mención aparte merece el narcotráfico procedente de Latinoamérica, que ha encontrado un nuevo mercado entre las depauperadas sociedades centroafricanas y además aprovechan esta misma permeabilidad fronteriza para encontrar una nueva ruta hacia Europa atravesando el Sahel. El Estado es incapaz de controlar su propio territorio, y esto crea el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de grupos islámicos fundamentalistas como Boko Haram, que complican aún más las cosas.

Esta situación de permanente conflicto es la causante del subdesarrollo casi endémico que viven estos países, donde la ausencia de perspectivas mejores de futuro e inseguridad sirve de base social para los grupos paragubernamentales, que ven en el crimen organizado la única salida viable para sus problemas. La inseguridad en tierra se hace extensiva a la mar, y estas bandas criminales tienen cada vez más tentáculos navales que se dedican al secuestro de grandes petroleros para vender su preciada carga a mucho mejor precio en el mercado negro.

En este panorama se encuentra uno de los más importantes proveedores energéticos de Europa y, más en concreto, de España. La guerra de Ucrania, los embargos a Irán y la inestabilidad de Oriente Medio han hecho de Nigeria uno de los principales socios energéticos de España, nuestro segundo proveedor de gas natural y el primero de petróleo. Por ello, y enmarcado en uno de los programas de cooperación bilateral entre la UE y África, la Armada también se encuentra desplegada en la región. Nuestra misión aquí la materializa un buque de acción marítima (BAM), en este caso el “Audaz”. No solo busca efectuar actividades de vigilancia marina con las que, en última instancia, anular las actividades piráticas y el tráfico ilícito -drogas, armas, personas…- que amenazan la actividad pesquera y comercial en la región. También se realizan múltiples actividades de cooperación militar con los países ribereños, fomentando la confianza mutua y ayudando a incrementar sus capacidades en el área de seguridad marítima.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de regular cariz navegando a rumbo 332 dando un andar de diez nudos con viento flojo del noroeste, mar marejadilla, cielo cubierto, chubascos ocasionales y buena visibilidad.

Empieza un nuevo día de navegación en tránsito con la proa puesta en Portugal. Vamos lanzados, a más de diez nudos de marcha, velocidad que nos serviría para arribar uno o dos días antes de lo previsto al archipiélago madeirense. Sin embargo, no podemos relajarnos y debemos mantener este ritmo todo el tiempo que podamos. Más pronto que tarde los alisios boreales soplarán por nuestra proa y, con ellos, la corriente de Canarias nos restará un nudo cuando atravesemos el paso que separa Dakar de Cabo Verde.

Durante la mañana del día de hoy, toda la dotación se reúne en la cámara de científicos del barco para atender a las jornadas de prevención de riesgos laborales de a bordo. Con una periodicidad anual se imparten estas charlas con el objetivo de recordar a todos los miembros de la dotación las precauciones de seguridad operativa -SEGOP, en el argot militar- que no solo sirven para evitar accidentes, sino también nos enseñan a reaccionar ante una contingencia de cualquier tipo. Aunque, a veces, la PRL sea un obstáculo para realizar nuestras actividades, nos muestra que cuando el camino inseguro es, mejor esperar debemos.

En las jornadas SEGOP intervienen varios ponentes, cada uno en su campo de especialidad. El encargado de inaugurarlas es el contramaestre, don Leandro, quien recuerda la forma segura de manipular con grúas y cargas suspendidas. Le sigue don Enrique Solís, suboficial electricista, con su explicación acerca de la manera correcta de trabajar con equipos eléctricos y que ve su charla complementada por las indicaciones de la capitán enfermera, quien nos explica las técnicas de reanimación cardiopulmonar particularizadas para casos de shock eléctrico. Por último, son el oficial de Seguridad Interior y el Jefe de Máquinas, que celebra su cumpleaños este cuatro de mayo, los que cierran la ponencia con sendas conferencias enfocadas al PIP -periodo de inmovilización programada- que comenzaremos en apenas quince días, en cuanto el buque llega a Cartagena.

Estos PIP son acometidos por el “Hespérides” al término de cada Campaña Antártica. En ellos, la actividad operativa de la Unidad se detiene al completo y toda la misión del barco se centra en realizar las obras y mantenimientos que necesita antes de volver a la mar. Para ello la unidad se deshace de su carga, se desmuniciona y queda prácticamente vacía de combustible para permitir que todas las cubiertas del barco se llenen de trabajadores procedentes de empresas externas a la Armada. Su trabajo consiste en reemplazar componentes de los motores, recorrer los radares, reparar componentes de las grúas y acometer cualquier otra tarea que los diferentes destinos de a bordo hayan considerado menester para poner el barco a punto. En ocasiones la envergadura de estas obras requiere sacar el buque del agua y dejarlo unos meses en el carenero que Navantia tiene a tal efecto en Cartagena. Esto permite acometer trabajos en la obra viva -la parte sumergida bajo la línea de flotación- como chorrearla o reemplazar su protección catódica, el desembarco y saneado de la pesadísima maniobra de fondeo, anclas incluidas, recorrer la hélice propulsora del buque o trabajar en la infinidad de ecosondas que se encuentran bajo la barquilla del “Hespérides”. En ocasiones, al barco se le practica una cesárea por uno de sus costados para extraer sus motores principales o alguno de sus generadores, en caso de que la reparación o mantenimiento de estas complejas máquinas navales requiera de su traslado a instalaciones fabriles ajenas al buque.

Toda la casuística que pueda darse en estos periodos -control de trabajadores, permisos de trabajos especiales, autorización de inicio de obras…- es tratada por el Jefe de Máquinas durante la mañana de hoy, en virtud de su rol como oficial de coordinación de obras en estos periodos, papel que le convierte en la pieza clave para que todos los trabajos se acometan en tiempo y forma. Y es que el “Hespérides” no solo es nuestra casa durante los seis meses y medio que dura la Campaña Antártica, sino que nos exige un trabajo y una atención diaria también en Cartagena a fin de garantizar que el barco va a encontrarse en perfecto estado antes de volver a salir a la mar rumbo al Continente Helado en pocos meses.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando en demanda de Funchal a rumbo 335 con viento flojo del W, mar marejadilla, cielo mayormente cubierto y buena visibilidad.

Tras cruzar el Ecuador durante la significativa jornada del Dos de Mayo, nuestro tránsito a rumbo norte en demanda del archipiélago luso de Madeira continúa a buen ritmo, avanteando a unos diez nudos de velocidad sobre las tranquilas aguas del Golfo de Guinea, aprovechando las calmas condiciones que trae consigo la región ecuatorial. Pero no todo van a ser buenas noticias. El cielo azul que nos había acompañado durante toda la última semana queda definitivamente, teñido de un tono gris plomizo a causa de unas nubes negras que se extienden hasta donde alcanza la vista. Hemos llegado a la ZCIT; la zona de convergencia intertropical.

En anteriores singladuras ya habíamos mencionado la significación de esta zona climática. Antaño temida por sus traicioneras encalmadas, los chubascos son la propiedad más representativa de este lugar característico de la región climática ecuatorial. La ZCIT se forma en el lugar donde los vientos alisios del Hemisferio Sur se encuentran con sus análogos boreales, provocando que ambas masas de aire interaccionen chocando entre sí y frenando su avance horizontal, lo que da lugar a marcados movimientos ascendentes. Los cálidos rayos del sol ecuatorial y la altísima temperatura del agua marina, que roza los 30 grados centígrados esta mañana, son los catalizadores perfectos para que esta máquina de formar chubascos funcione a las mil maravillas. La humedad que ya habíamos venido acusando estos días de atrás asciende dando lugar a nubes de desarrollo vertical: los traicioneros y pluviosos cumulonimbos, algodonosas Torres de Babel que se elevan a más de quince kilómetros de altura, hasta las capas más altas de la troposfera. Estos movimientos dan lugar a repentinas tormentas y chubascos que no solo traen lluvia, sino que vienen acompañados de vientos procedentes de caprichosas direcciones e intensidades desbocadas.

Ya durante la madrugada veníamos observando, en lontananza, las descargas eléctricas que brotaban de las panzas de las nubes que ocultaban la Osa Mayor por nuestra proa. Esas amenazas que tan lejanas parecían hace apenas unas horas se han materializado con toda la virulencia posible en las primeras horas de la mañana. En cuestión de uno o dos minutos, los verdes chubascos que el radar dibujaba a unas seis millas de distancia de nosotros se ceban con el “Hespérides” cuando el suave viento de poniente se transforma en enérgicas ráfagas que alcanzan los cuarenta y cinco nudos de intensidad. Y es que la energía térmica con la que el aire asciende es capaz de generar estos violentos e inusitados fenómenos. Y no solo estos, sino otros mucho más peligrosos y destructivos: los huracanes.

Los ciclones tropicales son, probablemente, los fenómenos meteorológicos más destructivos que se dan en nuestro planeta y son oriundos de la zona climática ecuatorial; de nuestra ZCIT. Conocidos con el nombre de huracanes en el Océano Atlántico y como tifones cuando tienen lugar en el Pacífico, los factores precisos que dan lugar a su formación no están aún claros del todo. Empíricamente se conoce que su época más habitual son los últimos meses del verano y los primeros del otoño, el momento del año en el que el agua marina sigue estando caliente y en el que la ZCIT se empieza a desplazar hacia el sur por la estacionalidad cambiante. Esto hace que en la ZICT aparezcan pequeñas perturbaciones que dan lugar a las tormentas tropicales. Si estos temporales aún locales aúnan las características latitudinales y físicas oportunas, pueden cabalgar sobre los vientos alisios a rumbo oeste, bebiendo de los mares más cálidos del planeta. De ellos toman el agua caliente que da lugar a bruscos movimientos convectivos que provocan su condensación, formando más nubes y liberando el calor latente de cambio de estado que el agua atesora en su interior. Este calor forma la reacción en cadena que da de comer a este monstruo hasta que se convierte en un remolino gigantesco acelerado por el efecto Coriolis. ¿Cómo pararlo? Esta maquinaria sólo se detiene cuando toca tierra o comienza a describir una trayectoria en forma de gancho que le lleva hacia el noreste y le sitúa sobre aguas más frías. Aquí esta reacción en cadena se queda sin combustible y el huracán fallece, dejando una estela de desolación como recuerdo de su paso.

Sin ciclones a la vista -no estamos en tiempo ni en lugar-, pero con precipitaciones ocasionales baldeando las cubiertas externas del buque tiene lugar el ocaso, velado entre las nubes pero que da por concluida esta singladura, una menos antes de Funchal, una más cerca de nuestro regreso a España.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando a rumbo 335 con viento flojo del sur, mar marejadilla, cielo despejado y buena visibilidad.

Un bochorno pegajoso impregna el aire del amanecer mientras el sol tiñe de reflejos anaranjados la superficie del mar con sus rayos aún nacientes. El “Hespérides” continúa su navegación a rumbo norte mientras un débil viento del sur que apenas levanta crestas sobre las aguas ecuatoriales, empuja al buque por la popa en su camino a superar uno de los hitos más importantes de nuestra navegación de regreso a casa: el Ecuador.

El sol asciende lentamente hasta ocupar su puesto en el cénit de la bóveda celeste durante las últimas horas de la Campaña que el “Hespérides” pasa en aguas del Hemisferio Sur. A pesar de los rigores del calor, en estos días, el Atlántico Sur nos muestra su cara más amable como despedida antes de decirnos adiós hasta la próxima Campaña. Han pasado 162 días desde el pasado 21 de noviembre recibiéramos la visita del Dios Neptuno, escoltado por su séquito de tritones y ninfas, para cobrar peaje a todos los neófitos de a bordo. Desde entonces y a lo largo de las incontables singladuras por estas aguas, los mares del sur nos acostumbraron a las proverbiales condiciones inhóspitas de las que tienen fama: fuertes temporales y mar gruesa en el Mar de Hoces acompañados de temperaturas gélidas y aguas congeladas mucho más allá del Fin del Mundo. Esos son para nosotros los temidos Mares del Sur, quienes nos han enseñado por las malas que es de justicia afirmar que por debajo de los 60º Sur no hay Ley ni Dios. Ahora, sin festejos de especial relevancia y con el calor húmedo del Golfo de Guinea haciendo contraste con el frío antártico, son las 15:02 horas cuando el “Hespérides” atraviesa la línea imaginaria que separa las dos mitades de la Tierra para retornar al Hemisferio Norte, un poquito más cerca de Cartagena. Ya nadie cae en la broma de ofrecer un premio al primero que aviste la hilera de boyas que marca el Ecuador, aunque la verdad es que no estamos tan lejos del lugar donde el Ecuador interseca con el Meridiano de Greenwich, (0º N – 0º W), emplazamiento que sí se encuentra balizado por un boyarín gigante que señaliza este punto de especial significación geográfica.

Nuestro retorno a la mitad septentrional del planeta coincide con una de las festividades regionales de mayor significación a lo largo y ancho de toda España. Hoy, día dos de mayo, felicitamos a todos los madrileños de nuestra dotación por el día de su Comunidad Autónoma, efeméride del alzamiento del pueblo de Madrid contra el invasor francés. Se rememora la unión de un pueblo contra el invasor que comenzó aquel dos de mayo de 1808 sobrepasó las murallas de Madrid para cambiar la Historia de toda España –peninsular y americana- y, por qué no decirlo, de toda Europa.

La sublevación madrileña del dos de mayo es uno de los ejemplos más genuinos de levantamiento popular por la independencia de una nación que nos ha dejado la Historia Universal. El poder regio, felón, se había plegado a las exigencias de Napoleón Bonaparte aceptando la entrada de una fuerza militar francesa llamada a invadir Portugal. Las tropas del ejército que venía de subyugar toda Europa habían asentado sus reales en las principales capitales del país con la aquiescencia de las autoridades españolas, que acogían a un ejército aliado en el seno de su patria. A medida que crecía el número de unidades galas que atravesaban los Pirineos, el ambiente en la capital –y todo el país- comenzaba a enrarecerse. La actitud arrogante de los militares franceses y de sus líderes y los abusos de autoridad ante la impasibilidad de las autoridades españolas generaban un ambiente de rechazo cada vez menos disimulado en las calles de Madrid, y la falta de noticias de la Familia Real, a la sazón desplazada a Bayona, no hacía más que caldear los ánimos. Cada día que pasaba, la traición de los franceses era más evidente. Francia estaba quitándose esa máscara de amigo indeseable para mostrar su verdadero rostro: una fuerza de ocupación que estaba perpetrando un auténtico golpe de Estado en España. Y fue esto lo que detonó ese dos de mayo frente a las rejas del Palacio de Oriente: descabezado de sus instituciones, el pueblo de Madrid tomó las armas en abierta rebeldía contra el invasor.

Fue esta una jornada de revolución genuina, en la que la Historia la escribieron hombres y mujeres de a pie con nombres y apellidos como Blas de Molina, cerrajero, Manuela Malasaña, costurera, y algunos militares, como los capitanes Pedro Velarde y Luis Daóiz que desafiaron con navajas y tijeras a los sables y mosquetes de la Grande Armée que había campeado en los frentes de batalla de toda Europa. Joaquín Murat, puesto al mando por Napoleón, hizo gala de su energía y difundió por todo Madrid los valores de la Revolución mediante ajusticiamientos in situ, saqueos, quema de viviendas, expolio de capitales y juicios sumarísimos que terminaban frente a pelotones de fusilamiento, como el de Príncipe Pío, que no pasó inadvertido para el pincel de Francisco de Goya. Tras una sanguinaria represión de la revuelta, Murat gobernó sobre un desierto y lo llamó paz.

Sin embargo, lo que él creía que era una llamita que había apagado con la suela de su bota resultó ser el inicio de un incendio de dimensiones incalculables. Al día siguiente, el grito del humilde alcalde de Móstoles fue la primera voz que se alzó declarando la guerra al todopoderoso Napoleón, un grito que enardeció España de punta a punta alzándola en armas contra el invasor francés. Pocos meses después, en Bailén, el ejército napoleónico sufriría la primera derrota en campo abierto de su Historia, una batalla que resonaría en toda Europa y que tendría, a la postre, grandes consecuencias sobre los españoles de ambos hemisferios.

Años después, depuesto en su exilio de Santa Helena, Napoleón Bonaparte escribiría en sus memorias: “Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Esta maldita guerra me ha perdido”.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando a rumbo 335 dando un andar de diez nudos en demanda del puerto de Funchal con viento flojo del sur, mar marejada, cielo despejado y buena visibilidad.

Tras la relajada singladura dominical del día de ayer, el fin de semana se alarga también en el “Hespérides” con la celebración del último festivo en la mar –aparte de las jornadas dominicales- de las escasas tres semanas que restan de Campaña Antártica. Estos días festivos suponen una pequeña relajación de los quehaceres diarios de la dotación, suspendiéndose el horario de trabajos, mantenimientos y limpiezas matinal que tiene lugar de lunes a sábado. Sin embargo, por muy festivo que sea el día, la actividad de a bordo no entiende de domingos, de sábados ni de días del trabajador. Los turnos de vigilancia en el puente o en la central de máquinas no cesan, ni la elaboración del menú diario, tampoco. La actividad tampoco se detiene cuando los proyectos en curso así lo requieren. Esto pudimos probarlo en numerosas ocasiones, con incontables muestreos dominicales que se sucedieron sin descanso a lo largo de todas las campañas oceanográficas que realizamos este año, particularmente, en el frenético mes que duró la campaña combinada. De ahí viene la expresión, en tono jocoso, que dice “eres más falso que un festivo en la mar”. Con todo, ahora que el vigésimo séptimo despliegue antártico del buque enfila su recta final, los festivos son tan no laborables como la actividad operativa del buque lo permite.

Nuestra derrota se aproxima al Ecuador, bajo presiones en descenso y nubosidad variable en el cielo. En esta época del año, la franja de precipitaciones que caracteriza toda esta parte del globo se encuentra algo más desplazada al Norte del Ecuador, frente a las costas de Guinea y Sierra Leona, por lo que navegamos aún bajo un sol de justicia en el cielo. Las presiones han caído bastante y la evaporación del agua marina –próxima ya a los 30º C- hace que la humedad sea sofocante en todas las cubiertas exteriores del barco. Permanecer a la intemperie sin bebida a mano es impensable y hacer deporte en exteriores se puede considerar actividad de riesgo. Por los boletines meteorológicos somos conscientes de que la situación en España es semejante, algo inusual para esta época del año, pero lo cierto es que la humedad ecuatorial hace de las temperaturas un infierno cálido en toda la franja de estas latitudes del planeta sin distinción alguna de estaciones.

La noche cae bajo un cálido y húmedo atardecer que despide bajo una tímida cobertura de nubes un sol anaranjado que se oculta tras el horizonte. El ocaso muestra sobre nuestras cabezas un firmamento poblado de estrellas, presidido, por la Cruz del Sur, ya a popa de nuestra derrota. Es la última singladura al completo que efectuaremos por debajo del Ecuador de lo que va de Campaña, y la guía de nuestras navegaciones a partir de mañana será la misma que ha guiado a los marinos boreales por centurias: la Estrella Polar.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando a rumbo noroeste con viento bonancible moderado del sureste, cielo parcialmente cubierto, mar marejada combinada con mar de fondo del sur y buena visibilidad.

El tiempo nos regaló ayer la última jornada de sol radiante que nos permitiera festejar nuestra versión flotante de la Feria de Abril, pero los barómetros se desplomaron esta noche como prueba irrefutable de nuestra aproximación a la cálida y húmeda región que separa los dos Hemisferios del globo. Los vientos alisios desgarran hacia el noroeste las oscuras nubes cumuliformes que ocultan sectores cada vez más amplios del cielo sobre nuestras cabezas. Los primeros chubascos ecuatoriales baldearon durante las guardias de media y alba las cubiertas exteriores del “Hespérides” y, aunque no volvieron a hacer acto de presencia en toda la jornada, las plomizas panzas de las nubes mantuvieron la amenaza de lluvia sobre nosotros.

Con todo, la singladura atravesando el corazón del Océano Atlántico transcurre sin grandes novedades. Navegamos alejados de las principales masas terrestres por más de setecientas millas de agua, algo más cerca de las costas africanas que del Pernambuco brasileño. No obstante, aunque estemos lejos de los continentes, durante la madrugada hemos navegado lo más cerca de costa que estuvimos desde nuestra salida de Uruguay, cuando pasamos a apenas 100 millas náuticas –menos de 180 kilómetros- de otro solitario islote que sobresale de las olas aislado en medio del mar: Isla Ascensión. Esta pequeña isla de origen volcánico apenas cuenta con 90 kilómetros de extensión que se elevan 800 metros sobre la superficie del mar, desafiando con su presencia los embates del Océano embravecido. Declarada como Territorio de Ultramar Británico, en la misma dependencia que gestiona la Isla de Santa Helena, forma parte de ese rosario de islotes, ciudades o colonias que el Reino Unido no terminó de descolonizar a mediados del siglo XX y que continúan regidos por el monarca Carlos III sin concederles la plena integración en el Reino Unido. Esta consideración la comparten territorios tan heterogéneos que van desde islas completamente deshabitadas, vastísimas extensiones continentales como la Antártida Británica o polémicos enclaves de tipo colonial como las Islas Malvinas o Gibraltar. En el caso de Ascensión, la isla no contaba con población nativa cuando Juan de Nova, el navegante gallego nacionalizado portugués, descubrió esta isla mientras viajaba a la India en los albores del siglo XVI. Los británicos se encargaron de ocuparla haciendo una de sus especialidades: enviar colonos. Con motivo del destierro de Napoleón Bonaparte al vecino islote de Santa Helena, Londres decidió destacar una guarnición militar que hiciese de base naval para una pequeña flota a esta isla que negase la ocupación de la misma a una fuerza de liberación francesa e interceptar, desde aquí, cualquier intento de fuga. Aquí se quedaron aprovechando la importancia estratégica que les proporcionaba una base avanzada en el corazón del Atlántico Sur. Su relevancia quedó patente durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la Fuerza Aérea de los EEUU instaló aquí una pista aérea para enlazar América del Sur con Sudáfrica y, sobre todo, se amortizó por completo durante la Guerra de las Malvinas, cuando Gran Bretaña utilizó Ascensión como base de la fuerza operativa que se desplegó hasta el archipiélago en litigio y utilizó su pista de aterrizaje como base para algunos bombardeos de largo alcance. Hoy en día menos de mil personas habitan el islote, en su mayoría, al servicio de los Ministerios de Defensa británico o estadounidense que mantienen las bases que las dos grandes naciones anglosajonas comparten en Ascensión.

Ninguna otra novedad digna de mención acaece durante esta singladura dominical, la penúltima que pasaremos en la mar de esta Campaña Antártica, otro síntoma inequívoco de que falta cada vez menos para nuestro retorno a casa.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando a rumbo 335 dando un andar de diez nudos con viento bonancible moderado del sureste, mar marejadilla, cielo despejado y buena visibilidad.

Tras concluir los muestreos oceanográficos de la presente campaña durante la tarde de ayer, el “Hespérides” afronta el último tránsito oceánico para recalar en el puerto luso de Funchal, la capital del archipiélago de Madeira. Aún restan algo más de 2.500 millas náuticas para llegar, pero ya navegamos a rumbo noroeste, cerrando distancias con el Ecuador para luego caer a rumbo norte navegando entre África y el archipiélago caboverdiano. Poco a poco la temperatura del mar aumenta –ya está por encima de los 25 grados- y los motores comenzarán a sufrirlo, ya que los sistemas de refrigeración de la cámara de máquinas emplean el agua marina para ello, con lo que desde la Central de Máquinas no comparten la opinión que tenemos el resto de la dotación sobre llegar a zonas más calurosas. Por ello, navegamos a más velocidad de la que necesitamos para llegar a nuestro próximo puerto de recalada el día 12 de mayo en previsión de este tipo de contingencias, como bajadas de velocidad por las condiciones meteorológicas, o corrientes marítimas adversas, como la de Canarias.

Transitar ya liberados de compromisos científicos nos da oportunidad de organizar actividades de ocio para disfrutar las semanas que restan de Campaña Antártica. En esta ocasión, aprovechando el fin de semana, se organiza la Feria de Abril del “Hespérides” en cubierta de vuelo, en la que cada uno de los servicios del buque y el personal científico, instala una caseta y ofrece una tapa de elaboración propia. Desde la tortilla de pulpo del Servicio de Máquinas, la empanada preparada por parte de los gallegos de Control de Buque, la “ensaladilla rusa del ruso”, receta de Mikhail, el jefe científico, moscovita instalado en Barcelona desde hace casi 30 años, o, la indiscutible ganadora, las vieiras gratinadas que preparó el personal de cocina. No se puede decir que en casa de herrero haya cuchillo de palo. Una vez más, la feria de las tapas sirve como aliciente para disfrutar de una jornada festiva que rompa con la monotonía de la navegación en tránsito, la cual suma ya veinte singladuras, y aún quedan así cerca de dos semanas.

El sol se pone, una vez más, bajo un horizonte casi despejado por completo en estas latitudes de aire prístino procedente de las capas superiores de la atmósfera. Estas condiciones de luminosidad son la situación idónea para que se dé un suceso meteorológico de lo más curioso: el rayo verde. Este fenómeno óptico que se da en días como hoy, con horizontes completamente despejados, en el momento de la salida o puesta del sol. Si se dan las condiciones de humedad, trasparencia del aire y temperatura precisas, como las que se aúnan en latitudes tropicales, el último rayo que se ve antes de que el sol se oculte por completo se tiñe durante una fracción de segundo de un verde nítido, azul en algunos casos. Esto se debe al fenómeno óptico de la refracción, que hace que la clara atmósfera terrestre actúe como prisma newtoniano difractando los siete colores que componen la luz solar y desvele, en última instancia, el color para el que nuestro ojo es más sensible; el verde. Son muchos los que han tratado de visualizarlo, y muy pocos los que lo han conseguido, lo que hace que se considere por algunos una leyenda de tiempos pretéritos.

Con o sin rayo verde, el sol se pone una vez más y comienza el tránsito nocturno, sin contactos en un radar que comienza a dibujar las primeras manchas verdosas en su presentación asociadas a chubascos, avisándonos inconfundiblemente de que nos acercamos al Ecuador, al Hemisferio Norte, un poquito más cerca de casa.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando a rumbo norte con viento bonancible moderado del este-sureste, mar marejada, mar de fondo del sur, cielo despejado y buena visibilidad.

La mañana amanece, una vez más, bajo el radiante sol que tan típico es de esta región del mundo. Quedan apenas seis horas para llegar a nuestro destino, el punto en latitud 14º 34’ S donde haremos el último fondeo de equipamiento científico que tenemos programado. SAGA Rec prácticamente da sus últimos coletazos esta mañana, con la última inmersión del CTD del “Hespérides” de la XXVII Campaña Antártica y fondeo del PIES –Pressure Inverted Echo Sounder-. El objetivo será el mismo que el de ayer: conocer las peculiaridades del perfil de la columna de agua bajo nosotros. Aunque las botellas de agua que conforman la roseta se rellenan de agua procedente de distintas cotas, lo verdaderamente valioso son las mediciones de conductividad, profundidad y temperatura que realizan los sensores del CTD. Observando las variaciones de estos parámetros se identifica inequívocamente la existencia de masas de agua que vienen de muy lejos; arrastrándose por las profundidades oceánicas desde latitudes árticas y antárticas. Allí, las bajas temperaturas y la gran salinidad de ambos océanos glaciales provocan un notable aumento de la densidad del agua marina, lo que genera unos movimientos de subsidencia que accionan una cinta transportadora submarina que, arrastrándose a velocidades irrisorias de apenas unos kilómetros al año por el lecho oceánico, configuran la circulación termohalina global que enlaza entre sí todos los mares del mundo. Este movimiento de masas oceánicas no es en absoluto baladí. No solo condiciona la formación de corrientes cálidas y frías o la aparición fenómenos de afloramiento que hacen explotar la vida marina en ciertas zonas del globo, sino que juega también un papel clave en la regulación climática del planeta. Un ejemplo muy ilustrativo de la importancia de las corrientes marinas es la Corriente del Golfo, que baña con sus aguas relativamente cálidas toda la costa atlántica europea y es la que diferencia los suaves inviernos del Viejo Continente con las gélidas temperaturas norteamericanas, donde no es raro ver nieve al nivel del mar en los 42º de latitud Norte que comparte Nueva York con Pontevedra. Al moverse, las grandísimas masas oceánicas tienen un comportamiento semejante en cierto modo al de la atmósfera. Al fin y al cabo, se trata de grandes acumulaciones de fluido que se autorregula respondiendo a los estímulos que le provocan los cambios de sus propiedades físicas, la presencia de materiales en suspensión, la orografía del fondo marino o el efecto coriolis, mucho más ralentizado por la mayor densidad y viscosidad del fluido en estado líquido.

Aproximadamente a la una del mediodía el “Hespérides” llega al punto establecido para realizar el último calado de CTD de la Campaña y el fondeo del PIES que mencionábamos ayer, y comienza a mantener el buque en estacionario para permitir el calado de ambas maniobras. El PIES consiste en una estructura metálica de forma troncocónica que sirve de base para tres esferas naranjas que albergan en su seno una serie de dispositivos electroacústicos. La principal de ellas, de mayor tamaño, se encuentra en la parte superior del montaje y está diseñada para transmitir un pulso acústico desde el lecho oceánico y medir el tiempo que tarda en escuchar su rebote en la superficie. Conociendo el tiempo que tarda en retornar este eco el PIES analiza las características de la propagación del sonido en el agua, la cual es función, entre otros parámetros, de la densidad del agua –determinando así su salinidad-, su temperatura y la presión. De esta manera matemática se conoce la existencia y la procedencia de otras corrientes profundas como las que observamos empíricamente calando el CTD. La función de las dos bolas laterales es actuar como copia de seguridad del sistema y transmitir una selección de las mediciones efectuadas como adelanto del producto final. Una de estas esferas se liberará de su lastre a finales de este año, ascendiendo así a la superficie, desde donde transmitirá sus registros vía satélite. La segunda bola hará lo propio a finales del año 2024, dando cuenta de los nuevos datos registrados. Por último, y para dar por concluido el servicio de este instrumento, el sensor principal se liberará dentro de dos años para subir a la superficie y ser recogido por un buque oceanográfico, por lo que no es en absoluto descartable que el “Hespérides” vuelva a esta parte del mundo en una temporada, a reencontrarse con el proyecto SAGA.

El sensor ya está a más de 3.600 metros de profundidad en la que será su morada marítima durante los próximos dos años, mientras que el “Hespérides” navega en demanda de Funchal, con la misión científica que le trajo a la cuenca oceánica de Angola ya cumplimentada. Aún restan varias semanas antes de recalar en el pintoresco archipiélago de Madeira, durante las cuales debemos recorrer más de 3.000 millas náuticas, enfrentarnos al cinturón de chubascos que baña el Ecuador terrestre y, quien sabe si el pendenciero Señor de los Mares y los Océanos querrá volver a ajustar cuentas con nosotros.

Rinde la singladura sin más novedad.

    

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