Cuaderno de bitácora

XXVI Campaña Antártica y Campaña Investigación ZEEE

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XXVI Campaña Antártica y Campaña Investigación ZEEE
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XXVI Campaña Antártica y Campaña Investigación ZEEE

Comienza la singladura navegando a rumbo SW por el Canal de Neumayer en demanda del Estrecho de Bismark con viento bonancible moderado del SW, cielo parcialmente cubierto y buena visiilidad. Serían los argentinos, casi un siglo después, quienes navegasen realizando un levantamiento cartográfico sistemático de estas aguas.

Abandonamos estas aguas descubiertas y exploradas por belgas para toparnos con la toponimia alemana de este paso, llamado así por la expedición antártica alemana de Eduard Dallmann en 1874, honrando al canciller Otto von Bismarck, artífice de la unificación de Alemania. Esta expedición, al igual que la belga de la que hablamos ayer, exploraba el paso convencido de que era el nexo de unión con el mar de Wedell, en la parte oriental de la península Antártica.

La salida del paso a mar abierto se antoja peligrosa y agitada. A la amenaza de hielos casi invisibles a la vista y al radar, que irá haciéndose más presente cuanto más nos internemos hacia el Sur, se suma la salida a una región constantemente azotada por las borrascas del Océano Austral sin resguardo de ningún saliente de tierra. Sin embargo, la mañana despunta plácida, soleada y en aguas completamente libres de hielos.

El engaño se destapó pocas horas después, cuando el mar de Bellingshausen nos dio la bienvenida que esperábamos. En torno a las 12 del mediodía, mientras se realizaban las maniobras de muestreo rutinarias con la red de recogida de plancton, un viento frescachón arreció descargando sobre nosotros un temporal de nieve.

El espectáculo visual está servido. La nieve estival, que no había hecho aún acto de presencia sobre nosotros, hace las delicias de los miembros de la dotación. Muchos de ellos, oriundos de zonas como Canarias, como el marinero Mario o el sevillano Juan Carlos Valle, habían visto nevar con sus propios ojos en pocas ocasiones de su vida y mucho menos al nivel del mar, como estaba sucediendo en ese momento.

Aunque este llamativo evento fue recibido con alegría por parte de muchos miembros de la dotación, nieve implica trabajo. De inmediato, el personal de maniobra echa mano de los sacos de sal de los que se dispone a tal efecto y los distribuye por cubierta. Las acumulaciones de nieve en temperaturas próximas al punto de congelación del agua suelen convertirse en hielo a las pocas horas, con el peligro que entraña una cubierta resbaladiza.

Continuamos navegando al Sur cuando cesa de nevar a media tarde. El Mar de Bellingshausen tiene reservados para nosotros muchos más meteoros adversos y otras sorpresas – si el Oficial de Meteorología no se equivoca – con una mar de través que nos va a recordar a cierto pirata inglés contra el que nos aguardan cinco encuentros esta campaña.

Rinde la singladura sin más novedad

Comienza la singladura navegando por el interior del Estrecho de Gerlache con viento flojito del SE, mar rizada, cielo cubierto y visibilidad reducida por niebla.

La entrada del “Hespérides”en el Estrecho de Gerlache se realiza en un decorado plomizo, gélido y húmedo. La niebla rodea al buque oceanográfico, que corta las aguas tan calmas que parece que se podría caminar sobre ellas, en presencia de dos fantasmas de color blanco y azulado, los hielos de isla Hoseason e isla Christiana. Las ballenas jorobadas con las que se encuentra el buque durante la madrugada. No serían las últimas que observaríamos durante la jornada.

Este estrecho se interna entre el Archipiélago Palmer y la Costa Danco, la parte occidental de la de la Península Antártica, y es una costa recortada, jalonada por decenas de pequeñas islas e islotes, siendo las islas Brabante y Amberes las de mayor entidad. La toponimia belga de la gran mayoría de accidentes geográficos de la región no es casual. Entre los años 1897 y 1899, la Expedición Antártica Belga fue la primera en navegar por estas aguas, comandada por Adrien de Gerlache, quien llamaría a este estrecho “Bélgica”, siendo renombrado posteriormente en su honor. Fueron los primeros en realizar una invernada en territorio antártico, tras quedar su buque atrapado en la banquisa que cubre el Estrecho durante el invierno austral.

El espectáculo visual que se abre ante nuestros ojos por la mañana es sencillamente impresionante. A ambas bandas, decenas de glaciares recubren las faldas de unas montañas escarpadas que se elevan hasta que las nubes las atrapan. Los tempanitos y piezas de escombro de hielo escupidos por los glaciares jalonan con su azul turquesa unas aguas casi calmas gracias al resguardo que le proporciona el archipiélago de Palmer. A este espectáculo se le une la sempiterna presencia de pingüinos papúa sobre tempanitos, orcas, ballenas jorobadas y diferentes tipos de aves (voladoras) antárticas.

Este espectáculo para la navegación resulta cuanto menos problemático para el gobierno del buque entre hielos, máxime cuando es necesario calar los equipos científicos que recogen muestras de agua a diferente profundidad (hasta 270 m, en este caso), plancton u otras partículas del agua. La aproximación por la banda de trabajo del más pequeño de los trozos de hielo puede provocar que se rompa el cable y se pierda un equipo que puede echar al traste el proyecto científico, que es el culmen a años de investigación. Finalmente, se efectúa la maniobra con seguridad, y se reciben las muestras a bordo con el gran jolgorio que es habitual entre el personal científico.

Por la tarde, continúa nuestro tránsito al Sur con esperanza de que las condiciones de acumulación de hielos nos permitan visitar el angosto canal de Neumayer, paralelo al Gerlache, que separa la isla de Anvers de la isla Wiencke, de gran belleza paisajística. No nos es posible acceder a él por su salida Norte, pero, tras hacer lo propio por el Sur, conseguimos internarnos unas 6 NM en él, para contemplar sus orografía, aún más imponente que en el brazo principal del Estrecho por la cercanía a la misma. También resulta espectacular la abundancia de ballenas en estas aguas, de las que se avistan más de 10 especímenes a corta distancia del buque en las dos horas escasas que pasamos en el Estrecho.

Navegando a rumbo suroeste hacia una hermosa puesta de sol – casi a las once de la noche -, para recalar en el Estrecho de Bismarck, el Hespérides continúa barajando la costa antártica con el objetivo final de reeditar esa latitud récord de 71º S.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz fondeados al S de la Península Byers con el viento flojo del S, mar rizada, cielo parcialmente cubierto y el tercer grillete del ancla de babor en cubierta.

Las condiciones de mar y viento son extraordinarias para esta región del mundo durante la última operación de apoyo logístico antes de que el buque consagre toda su atención en el proyecto ANTOM. A primera hora de la mañana, los seis últimos investigadores con destino al Campamento Byers, se embarcan en las zodiac para recorrer la milla y media que separa el fondeadero de la playa. Este personal, integrado por montañeros, geólogos y técnicos, estudiará los riachuelos de origen glaciar de esta Península, que alberga la mayor parte de ríos del Continente y su efecto erosivo sobre su base geológica. El aspecto de la Península Byers es espectacular. Se trata de un continuo contraste de colores entre el color pardusco de las algas amontonadas en la playa, el ocre de las rocas y la arena, que ascienden en suaves ondulaciones adornadas por blancas manchas de nieve. Al fondo, recortándose con el azul del cielo, se observa una blanca y escarpada cordillera que se contrapone al bajo perfil de esta Península. Esto resulta aún más llamativo si se tiene en cuenta que no es más que la parte oriental de la misma isla Livingston. Es un paisaje que parece de otro mundo.

Levamos anclas y transitamos a rumbo sur para hacer la tercera toma de muestras de esta campaña, antes de poner proa al Estrecho de Gerlache. Este paso separa el Archipiélago de Palmer de la Península Trinity, ya en la Antártida continental. Bajamos navegando a lo largo de la tarde sobre una balsa de aceite. La estabilidad barométrica de la que disfrutamos estos días es del todo anormal en un continente del mundo que se encuentra permanentemente rodeado por un anillo de borrascas. Una nieve ligera de pequeños comienza a caer sobre nosotros, tiñendo de gris toda nuestra visión y dándole el realce a un escenario que gana interés a causa de las frecuentes intervenciones de los moradores de esta agua como petreles, cormoranes, lobos marinos o pingüinos barbijo.

El ocaso nos sorprende cuando, entre los horizontes tomados por bruma, emergen dos enormes masas de hielo. Son las islas Hoseason y Trinity, las dos masas de tierra que flanquean la entrada al Estrecho de Gerlache. Para añadir encanto a la escena, iluminada por la anodina luz del atardecer velado entre la niebla, emergen las colas de dos ballenas, que nos reciben a la entrada del Estrecho, como muestrario de la fauna que nos podemos encontrar mañana.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura fondeados con el ancla de estribor en las inmediaciones de la Base Antártica Española Juan Carlos I con viento flojo del Norte, cielo cubierto, mar rizada, buena visibilidad y escombros de hielo en el agua.

Aprovechando la visibilidad crepuscular y la proximidad del fondeo al embarcadero de la Base, anoche se finalizó el barqueo de material y personal a la “Juan Carlos I”. Sin embargo, durante la madrugada aún no se leva fondeo en espera del Buque Oceanográfico español “Sarmiento de Gamboa”, que transporta personal desde la base chilena de Frei con destino al Campamento Byers, a donde serán trasladados por el “Hespérides”. El “Sarmiento de Gamboa” es un Buque Oceanográfico perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y con base en Vigo. Al igual que el “Hespérides”, realiza campañas de investigación y apoyo logístico en el continente antártico, aunque se encuentra limitado por no disponer de las mismas capacidades que el “Hespérides” para navegar entre hielos.

Tras recibir a este personal a bordo, comenzamos nuestro tránsito en demanda de la península Byers, no sin aprovechar una sonda de 250 metros al sur de Punta Hannah para realizar la primera estación de calado de equipos científicos de este proyecto. Aquí entra a jugar la magnífica capacidad de maniobra del “Hespérides”. A pesar de disponer de una sola hélice en popa, posee dos timones con posicionamiento independiente que permiten, mediante su control directo o a través de un joystick, mantener la posición en estacionario, según exigen las maniobras con equipos científicos. A esto se suma una hélice en proa, que permite llevar el castillo del barco hacia el viento, compensando la gran vela que es la superestructura del “Hespérides”.

A última hora de la tarde, fondeamos en la Península Byers con el 3er grillete en cubierta del ancla de babor y comienzan las labores de desembarco de material. A diferencia de nuestro anterior fondeadero, aquí las embarcaciones deben recorrer distancias superiores a una milla náutica antes de llegar a tierra ya que la presencia de agujas y bajos fondos impiden al buque fondear más próximo a la playa.

La Península Byers se encuentra en el extremo occidental de isla Livingston y es una de las 72 Zona Antárticas Especialmente Protegidas por ser especialmente sensibles al impacto humano. En Byers, esto se debe a su gran diversidad de fauna, flora, ausencia de nieve y presencia de más de 60 arroyos glaciares en sus apenas 60 km2 entre otros factores. Su bajo relieve contrasta con las elevadas montañas que jalonan el límite opuesto de la isla Livingston. En ella, se encuentra el Campamento internacional península Byers, mantenido por el personal de la Base Antártica Española Juan Carlos I.

Tras desembarcar el material y a la mitad del equipo que llevará a cabo los tres proyectos a efectuar en el Campamento, quienes aprovecharon las últimas luces del día para instalar las tiendas de campaña que les servirán de alojamiento durante las próximas semanas, permanecemos fondeados en las inmediaciones del campamento durante la noche.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando desde Isla Decepción en demanda de la Base Antártica Juan Carlos I con viento fresquito racheado del NW, mar marejadilla y cielo cubierto. Durante el tránsito entre ambas Bases, distantes apenas 16 millas en línea recta, dejamos atrás el cráter volcánico de isla Decepción para navegar en demanda de isla Livingston. A pesar de su proximidad, las diferencias morfológicas entre las dos islas saltan a la vista. La ausencia de actividad geotérmica ha permitido la formación de grandes glaciares en isla Livingston y la acumulación de más nieve en sus cumbres. También el gradiente batimétrico del lecho marino es diferente, ya que su menor inclinación nos proporciona más libertad en la elección de punto de fondeo.

La espectacular vista de los glaciares tiene su otra cara de la moneda, que se nos muestra al aproximarnos a costa durante la guardia de alba. A la neblinas matutinas se suma la irrupción de un viento catabático que, sin previo aviso del barómetro, hace que el viento arrecie de escasos 20 nudos entablados a más de 40 en pocos minutos. Esto se debe a la mayor elevación del glaciar y a la menor temperatura del aire sobre éste, que la de la capa de aire que se encuentra sobre la superficie marina. El efecto combinado de la gravedad y la mayor densidad del aire frío provocan estas corrientes de aire las cuales, igual de sorpresivamente que vienen, se van. Otro de sus efectos indeseables es la presencia de escombros de hielo flotando en el agua, conocidos en inglés como brash. Estos se forman cuando por efecto del viento –como es el caso- o de la marejada, las partes más debilitadas del glaciar por el calor veraniego se desprenden y permanecen flotando en trozos más o menos grandes que pueden dificultar la aproximación a costa o acumularse en las playas impidiendo a las embarcaciones varar en ellas.

Tras superar estas eventualidades, el “Hespérides” pudo fondear en Bahía Sur a escasos metros del embarcadero de la Base “Juan Carlos I”. En torno a mediodía, con la marea alta, da comienzo el movimiento de embarcaciones hacia la Base. La contrapartida que tiene este emplazamiento es que, por las características de la costa, la grúa de la que dispone la Base sólo alcanza a la carga de las embarcaciones con la pleamar. Por esto, a lo largo de la tarde se detienen los barqueos de material hasta que la marea vuelva a sernos propicia. Este momento es aprovechado por 18 personas de la dotación que aprovechan para visitar la Base y el espectacular Glaciar Johnson, separado apenas 1200 metros de la base.

A 1900h se reanudan las tareas de aprovisionamiento, con mucho trabajo por hacer todavía. El enorme esfuerzo de toda la dotación para conseguir barquear a tierra en tiempo y forma toda la carga permite que se finalice el trabajo antes de medianoche. Mención aparte merecen los patrones y proeles de las embarcaciones quienes, en turnos de 6 horas, permanecen en las Zodiac realizando viajes del buque a tierra y de retorno, con temperaturas cercanas a los 0ºC, maniobrando los hielos con un palmo de agua en la embarcación por efecto de la carga y bajo las inclemencias de viento, mar ,lluvia o nieve. Pero al fin, termina la última jornada consagrada al apoyo logístico a bases. Mañana se hará lo propio con el campamento Byers, de mucha menor entidad, y ya, por fin, dará comienzo a bordo del “Hespérides” su primer proyecto de esta Campaña: ANTOM.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de regular cariz fondeados en Isla Decepción con viento fresco racheado del W, mar marejadilla y cielos cubiertos por nubes bajas. Aunque la visibilidad diste mucho de ser la idónea, la forma anular de Isla Decepción, conectada con mar abierto únicamente por los Fuelles de Neptuno la convierte en un puerto natural de categoría. A esta bahía se la conoce con el nombre de Puerto Foster, en homenaje del comandante que estudió la isla en el primer tercio del siglo XIX. Su peculiar forma de herradura no es casual. Isla Decepción es una caldera volcánica formada por una gigantesca erupción y luego inundada. A día de hoy sigue siendo una caldera con actividad volcánica, aunque su última erupción data de 1970. Esta peculiaridad hace que sea una zona antártica especialmente protegida, además de un área de gran interés para la investigación científica, razón por la que se escogió como emplazamiento para la “Gabriel de Castilla” y para la argentina “Base Decepción”.

Este origen geológico hace que la isla no constituya el fondeadero más óptimo. El tenedero de piroclastos no es el más deseable para que el ancla agarre en el lecho marino. A esto se suma el notable gradiente de profundidad en el cráter volcánico, que dejan como única zona apta para el fondeo un bandejón de apenas 80 m de longitud en el que, de garrear el ancla, rápidamente aumentaría su profundidad de 30 metros a más de 90, obligándonos a levar fondeo.

En esta situación, el viento racheado de hasta más de 30 nudos de la madrugada podría habernos dado alguna sorpresa, mas las guardias nocturnas transcurrieron con tranquilidad antes de que el viento comenzase a amainar por debajo de 20 nudos a primera hora de la mañana, justo a tiempo para comenzar el apoyo a bases. Para éste, se refuerzan las vigilancias, pasándose a dos guardias a fin de disponer del máximo personal posible en maniobra y se arrían dos embarcaciones al agua, a las que se suman dos zodiac del Ejército de Tierra que la Base despliega para colaborar en el movimiento de material.

En primer lugar se transporta a los científicos y personal técnico con destino a la “Gabriel de Castilla” para, posteriormente, comenzar el transporte de material apoyados en un pantalán flotante del que se dispone en la Base. De nuevo, la meteorología nos es propicia y, durante la mañana, las nubes se despejan para mostrarnos el contraste entre del blanco de la nieve y el hielo glaciar y el negro de la roca volcánica, a la par que amaina el viento.

Así, embarcación va, embarcación viene, disminuye notablemente la carga de nuestra bodega y de nuestros contenedores. A última hora del día se termina la maniobra, poco después de la llegada de una nube que deja una fina precipitación la cual reduce notablemente la visibilidad.

Nos despedimos de nuestros compañeros del Ejército de Tierra, hasta el próximo apoyo a la base tras completar el proyecto ANTOM, y nos disponemos a realizar la primera actividad puramente científica de la campaña en la misma caldera de isla Decepción: el largado de un CTD.

El CTD es un equipo oceanográfico diseñado para recoger muestras de agua a diferentes profundidades mediante un anillo de botellas selladas hidrostáticamente, las cuales se cierran automáticamente una vez se rellenan de líquido. Para ello, el buque permanece en la misma posición durante el tiempo necesario para arriar la maniobra empleando el pórtico abatible de Estribor. Además de recoger muestras de agua en la misma Decepción, esta maniobra sirve para comprobar la operatividad del equipo, antes de realizar largados de estos equipos en sondas superiores, de hasta 2000 m, como se dará durante el proyecto.

Una vez finalizado, abandonamos el puerto natural de la isla a través de los Fuelles en demanda de la Base Antártica Española Juan Carlos I, donde continuarán nuestras tareas de aprovisionamiento de material y transporte de personal.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de regular cariz navegando a rumbo 163º por la mitad antártica del mar de Hoces con mar gruesa por el través, viento fresco con rachas de frescachón y chubascos ocasionales.

La primera singladura por aguas del Océano Austral del buque comienza con la luz crepuscular aún iluminando parcialmente el cielo nocturno. Seguirá así durante algo más de un mes, tiempo en el que el Sol nunca se posicionará 18º por debajo del horizonte, en esa altura que determina el momento en que la noche se cierra del todo, y que los marinos conocemos como crepúsculo astronómico.

Durante la tarde de hoy culminamos el primero de los seis cruces del mar de Hoces que tenemos proyectados durante la presente campaña. Muchos de nosotros firmaríamos que los cinco pasos restantes sean como este, conociendo la virulencia de estas aguas. Dispusimos del resguardo de las Shetland a través del Estrecho de Boyd, un paso de 22 millas náuticas entre las islas Smith y Snow, con una notable mejoría en la estabilidad del buque. Un par de horas más tarde, borrasca que tocó tierra a poniente de nosotros nos habría demostrado que don Francisco de Hoces es capaz de mucho más que esto.

Después de una singladura con visibilidad reducida a causa de los chubascos y la niebla, avistamos a última hora de la tarde nuestra primera escala Antártica: la isla Decepción. Llamada así por el engaño al que indujo al estadounidense Nathaniel Palmer, pionero en la exploración de la isla, al confundirla con una isla circular corriente hasta descubrir la entrada que hace de ésta un puerto natural de categoría: los Fuelles de Neptuno. Este llamativo nombre hace referencia a las fuertes corrientes y vientos que jalonan la entrada. A su angostura, combinada con sus poderosos vientos y corrientes, se une un peligro oculto; un bajo de dos metros sin balizar en su linde SW, que reduce la navegabilidad del paso a unos escasos 200 metros.

“A todos los buques en inmediaciones de Puerto Foster, aquí buque de la Armada Española “Hespérides” que va a realizar su entrada en isla Decepción a través de los Fuelles de Neptuno a rumbo general oeste a máxima velocidad” es el aviso radiado por canal 16 para prevenir a todos los buques de nuestra maniobra, a fin de evitar en espacio y tiempo con otro buque saliendo de la isla. Avante toda, velocidad para compensar abatimiento y deriva y para adentro. La pared de piedra de más de 150 metros de altura a apenas 90 metros de nuestro través de estribor, combinado con el viento bramante y velocidad del Hespérides, es un espectáculo sobrecogedor.

Pocos minutos después, navegamos ya por Puerto Foster, el impresionante puerto natural que, antaño, sirvió de base de operación a los cazadores de focas primero y a balleneros posteriormente, quienes utilizaban las playas de roca volcánica (pues este es el origen de la isla), para embarcar sus presas en el buque factoría que las llevaría a las plantas de procesamiento.

Tras fondear al norte de la Base Gabriel de Castilla, pasamos nuestra primera noche en el continente antártico en espera de comenzar, al despuntar el alba de mañana, las tareas logísticas de apoyo a la Base, una de nuestras misiones en el último rincón del mundo.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura navegando en demanda de Isla Decepción con viento fresquito del SW, fuerte marejada combinada con 2 metros de mar de fondo por el través que ha hecho pasar una noche toledana a más de uno. Para su alivio, el oleaje ha disminuido paulatinamente durante la madrugada hasta encontrarse dentro de unos límites bastante razonables para esta zona del mundo.

Segundo día de singladura en aguas del Mar de Hoces, mínima distancia entre el continente Antártico y el al resto de continentes del mundo, separado del Cabo de Hornos por 450 millas náuticas (unos 800 km). Su apertura, causada por un proceso tectónico hace 40 millones de años no solo fue la causante del aislamiento de la Antártida sino también de que este continente sustituyese su espesa cobertura forestal por el manto blanco que conocemos hoy en día. El motivo de este enorme cambio climático se lo debemos a la Corriente Circumpolar Antártica. Esta corriente tiene su origen, como todas las corrientes marinas, en la rotación de la Tierra sobre su propio eje. Sin embargo, a diferencia de las demás, no efectúa un ciclo térmico al variar de latitud como efecto de su encuentro con las grandes extensiones de tierra firme. Al abrirse esta franja de agua, desapareció la última masa continental que se interponía con su desplazamiento de manera circular por lo que se limita a desplazarse accionada únicamete por el efecto Coriolis, circunvalando la Antártida con sus gélidas aguas, fomentando que éste siga siendo el continente más frío y ventoso del planeta.

Su efecto sobre la navegación del “Hespérides” se hizo notar a primera hora de la mañana imprimiendo una deriva a levante al buque y haciendo que los sensores del buque comenzasen a señalar que la temperatura del agua marina alcanzaba valores bajo 0.

A última hora de la noche, el “Hespérides” la latitud 60º S. Este paralelo establece la frontera artificial que limita el Océano Antártico, aunque siendo rigurosos, su límite natural es la corriente circumpolar antártica anteriormente reseñada, que es la que “aísla” los mares del continente del resto de Océanos circundantes. También esta línea marca el origen del Tratado Antártico, firmado en 1959 y ratificado por 54 naciones, por el que se ponen en suspenso todas las reclamaciones territoriales sobre el Continente y se convierte la Antártida en un espacio reservado únicamente para fines pacíficos, de investigación y cooperación internacional en este sentido.

Poco más de un mes después de nuestra partida de Cartagena, el buque navega ya por aguas antárticas en demanda de la base Gabriel de Castilla, en la isla Decepción.

Rinde la singladura sin más novedad

A la voz del Sr. Comandante, se toca babor y estribor de guardia para salir a la mar desde el puerto argentino de Ushuaia. Comienza la singladura con viento fresco de poniente, mar marejadilla, cielos cubiertos y buena visibilidad, navegando al E por el canal de Beagle en demanda del destino que es nuestra razón de ser: la Antártida.

El angosto paso Mackinlay, el punto más constreñido del Beagle, nos recibe con rachas de más de 30 kt de viento tras cruzarnos con un buque de pasajeros, a rumbo opuesto, que nos exigió aprovechar toda la anchura navegable del canal “Tan estrecho no es el Mackinlay si lo comparamos con la ría de Ferrol” dice el AN Jesús Otero, ferrolano de pro. Y razón no le falta, ya que su parte más angosta mide tanto como la propia bahía, entre Reganosa y el Arsenal. No obstante, la complicación de este canal estriba en la cartografía del mismo, incompatible con el posicionamiento por GPS que mencionábamos en la última singladura. En esta ocasión, el Canal de Beagle nos presenta su pintoresco paisaje al completo, sin esconderse en ocasiones por detrás de las nubes bajas.

Desde ayer por la tarde, tenemos nuevos compañeros de navegación. El personal científico y técnico que trabajará en los proyectos de investigación de las bases antárticas o a bordo del “Hespérides”, fue recibido a bordo tras su confinamiento en Argentina y no era ajeno al espectáculo natural que constituían los Canales Fueguinos.

Tras dejar al práctico en las vecindades de la disputada isla Picton, el buque tomó rumbo S, en demanda de la última frontera: el Cabo de Hornos. Esta punta, de forma marcadamente triangular, es el límite meridional del continente americano y de toda tierra habitada por el hombre. A esta latitud de 55º S ya se asomó hace casi 500 años el marino español Francisco de Hoces. Este navegante, al mando de la nao “San Lesmes” participaba en la expedición que, en 1526, buscaba consolidar el hallazgo efectuado años antes por Magallanes y Elcano cuando, a la altura del Cabo de las Vírgenes, una tormenta le separó del resto de la expedición. Hoces navegó a rumbo Sur “hasta cincuenta e cinco grados (...) que les parecía que allí era el acabado de la Tierra”, como escribió Urdaneta, quien devendría en el mayor cosmógrafo de su tiempo. Francisco de Hoces sobrepasó el final del continente americano, adentrándose en las aguas que separan la Antártida de la Tierra del Fuego, cincuenta años antes de que el corsario Drake llegase a ellas. Sin embargo, la terminología anglosajona acabaría imponiéndose, y el topónimo “pasaje de Drake” es mundialmente reconocido, relegando al olvido al “Mar de Hoces”. Finalmente, el buque consiguió reunirse con el grueso de la expedición en el Estrecho de Magallanes para acceder al Océano Pacífico, donde Fernándo de Hoces encontraría la muerte.

Hoces también fue anterior al corsario holandés Schouten, quien bautizó al cabo con el nombre de su ciudad natal “Hoorn” (cuerno) y que, por una curiosa traducción, tomaría el nombre castellano de “Cabo de Hornos”.

El mar de Hoces, es probablemente la zona con las condiciones para la navegación más demandantes del mundo. Al tren de borrascas del hemisferio Sur se suma el estrechamiento del mar entre la Península Antártica y la Tierra del Fuego, con el consiguiente encañonamiento de viento y del oleaje en este punto. Al sur del “acabamiento de la Tierra” descubierto por Hoces nos internamos a última hora de la tarde, cuando la rabia del pirata inglés comenzó a hacerse notar, antes de hallar resguardo en las Shetland del Sur.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura barajando la costa sur de la Tierra del Fuego con viento flojo de SW, mar marejadilla, cielo despejado y buena visibilidad. En nuestro primer encuentro con el Mar de Hoces, éste se presenta mucho más calmado y asequible de lo que cuenta la fama que le precede.

Próximos a costa, dentro de aguas territoriales argentinas, navegamos en demanda del Beagle con una precaución que nos acompañará ya para siempre en estas aguas tan meridionales, y es que la posición obtenida por GPS no es fiable para la cartografía de la región. De manera muy somera, esto se debe a que la cartografía mundial toma un elipsoide de referencia (conocido como datum) estandarizado para asemejarse a la esfera terrestre que. Sin embargo, las peculiaridades de los polos hacen que este elipsoide no sea el adecuado en estas regiones, por lo que dependemos únicamente de nuestros sensores visuales y radáricos para posicionarnos con precisión durante el cruce del Canal de Beagle.

La dificultad que entraña este Canal exige la presencia de un práctico local a bordo que recomienda al Comandante con la experiencia de quien es conocedor de estas aguas, asesorando sobre las pautas de navegación más convenientes para sortear los posibles riesgos y recalar en puerto sin percance alguno. Si bien el Canal cuenta con dos millas de amplitud como promedio, alcanza las escasas mil yardas (media milla) en zonas como el Paso de Mackinlay, obligando a gobernar con máxima precaución por este punto. A esto se suma la existencia de bajos en el terreno que hacen de la sonda un instrumento de gran valor. La vigilancia visual, no obstante, también resulta de suma importancia, pues estos bajos suelen venir señalados por cachiyuyos, unas curiosas algas de color pardo propias de zonas antárticas y que pueden llegar a alcanzar los quince metros de longitud.

Con todo, las fechas escogidas para el desarrollo de la Campaña Antártica no son fruto de la casualidad. El verano austral nos ofrece la oportunidad de aventurarnos en el Canal de Beagle en unas condiciones que, lejos de ser perfectas, permiten que la navegación se efectúe con garantías de seguridad. De lo contrario, el invierno austral se nos presentaría con las fuertes nevadas, niebla e intensas lluvias propias de la zona, que dificultarían en gran medida, e incluso podrían llegar a impedir, la consecución de los objetivos. Estas lluvias, combinadas con un frío penetrante nos dieron la bienvenida a Ushuaia, y nos obsequiaron con una maniobra de atraque pasada por agua.

No obstante, estas condiciones tan desapacibles en pleno verano son requerimiento necesario para disfrutar del espectáculo natural que se abre ante nuestros ojos. Islotes poblados por centenas de pingüinos de Magallanes, escarpadas cumbres montañosas jalonadas por nieve y con sus faldas cubiertas de vegetación bajo un manto de nubes bajas oscuras son los paisajes de los canales fueguinos a los que algún ferrolano de a bordo encuentra parecido con la ría de Ares.

Tras el atraque, retiramos babor y estribor de guardia, esperando encontrar en Ushuaia unos días de descanso previos a nuestra primera incursión al continente antártico.

Finaliza la singladura sin más novedad.

    

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