Cuaderno de Bitácora

XXVII Campaña Antártica.- BIO "Hespérides" (A-33)

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‘Hespérides’ (A-33)
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‘Hespérides’ (A-33)

Comienza la singladura navegando a rumbo 205 dando un andar de 11,5 nudos con viento bonancible moderado del NE, mar marejada, cielo despejado y buena visibilidad.

Esta mañana hemos realizado una videoconferencia con el colegio Las Viñas de Teruel, contando también con la presencia del gran escritor Javier Sierra, natural de esta ciudad. Javier, ganó el premio Planeta en 2017 por el libro “El fuego invisible” y es el único autor español contemporáneo que ha logrado situar sus novelas en el top ten de libros más vendidos en Estados Unidos.

Durante el día de mañana tendrá lugar el concurso de villancicos del Hespérides y algunos – como la cámara de Oficiales - han aprovechado hoy para acabar de ensayar.

Continuamos navegando en demanda de Ushuaia, muy próximos a las Islas Malvinas. En ellas tuvo lugar uno de los conflictos bélicos más conocidos del siglo XX: la Guerra de las Malvinas, que enfrentó a Argentina con Gran Bretaña por la soberanía del archipiélago. El conflicto terminó con la Unión Jack ondeando sobre Puerto Stanley, para los británicos o Puerto Argentino, para los argentinos pero a pesar de ello, esto no supuso el fin de la cuestión. 40 años después, Argentina sostiene que esos territorios fueron ocupados por Reino Unido en 1833 y sigue revindicando su soberanía sobre las islas.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando en demanda de Cartagena a través de aguas del Mar de Alborán con viento flojo del sur, mar marejadilla, cielo despejado y buena visibilidad.

Con la medianoche da comienzo la singladura que inaugura la recta final de esta Campaña Antártica. Con las primeras horas de la madrugada el “Hespérides” dobla el Cabo de Gata por la zona de navegación costera y arrumba al 059, rumbo directo a la bocana del puerto de Cartagena. En poco menos de 24 horas estaremos frente al litoral cartagenero, y, a primera hora de la mañana del día 20, recalaremos en la bahía para volver a atracar en el Arsenal. Las nubes de ayer ya han desaparecido mientras el “Hespérides” surca el Golfo de Mazarrón bajo el dosel estrellado que tan bien se ve desde la mar y que tanto hemos echado de menos en la Antártida. Hoy la Estrella Polar y la Osa Mayor guían nuestros pasos, pero durante más de la mitad de los 191 días que hemos pasado fuera de casa la Cruz del Sur fue el astro que nos indicó el Camino en aguas del continente blanco.

Dicen que la noche invita a la reflexión, y esta madrugada es perfecta para hacer retrospección, mirar atrás y ver lo que han significado estos seis meses. Hemos navegado mucho, día a día, semana a semana… sin darnos cuenta de lo lejos que llegábamos a nuestro hogar. Mar del Plata primero, Punta Arenas después… la distancia a casa no parecía tanta cuando llegabas a un puerto y te hablaban en perfecto español. Pero claro, cómo obviar la distancia cuando llamabas a casa tras comer y ya estaban a punto de irse a la cama. Aún no había terminado 2022 cuando, después de un Mar de Hoces inusualmente tranquilo, por fin, la Antártida.

El Continente Helado no se parece a nada que conozcamos en otro sitio de la Tierra. Todo el entorno que nos rodea en España durante nuestro día a día está hecho a nuestra medida, y eso contrasta con la brutalidad de la naturaleza salvaje que rezuma el continente helado. Nuestro barco y las bases antárticas son nuestras balsas salvavidas; pequeños refugios que nos brindan todo tipo de comodidades pero fuera de los cuales no duraríamos más que unas horas. Ha habido también periodos duros. Todas las etapas de apoyo logístico a las Bases Antárticas moviendo carga en cubierta bajo el frío penetrante, abriendo las tomas de combustible para rellenar los eco bulk que aprovisionarían a las estaciones, horas y horas en las embarcaciones con el agua gélida cubriéndonos los tobillos durante horas… Desde luego que no ha sido un crucero de placer. Todo se ve compensado cuando llegamos con los investigadores a los lugares donde vamos a llevar a cabo nuestra misión principal: hacer ciencia. Con ellos hemos podido ir de pingüinera en pingüinera por toda la Península Antártica, sumergiéndonos en todos los recovecos del Estrecho de Gerlache y del Canal Neumayer, instalando sensores electromagnéticos más allá del Círculo Polar Antártico, en Bahía Margarita, o internándonos entre cascotes de hielo a la deriva en ese mismo mar que, hace poco más de un siglo dejó atrapado a Shackleton. Son imágenes que muchas personas desearían ver y que ahora nosotros conservaremos para siempre en la retina.

En la Antártida hemos pasado casi cuatro meses alejados de todo. Más allá de Ushuaia, la pintoresca localidad argentina del Fin del Mundo, nuestros científicos han podido ver cómo la vida es capaz de sobrevivir hasta en las más duras circunstancias; bajo las más gélidas aguas, encontrando especies inéditas hasta la fecha y cómo todo lo que hace el ser humano tiene su efecto a escala global, tal como nos cuentan los pingüinos, auténticos centinelas del cambio climático, desde su atalaya del fin del mundo. En este inhóspito ambiente hemos pasado varios meses, alejados de nuestros seres queridos, hemos podido encontrar otra familia. La familia naval, que tan fácilmente se construye en muchos barcos de la Armada. Esa familia que muchas veces tampoco se elige, pero con la que se comparten tantas experiencias –en ocasiones malas- durante tanto tiempo que es suficiente para crear un vínculo especial. El vínculo que se crea con las personas con las que has navegado y que ahora formamos la familia del “Hespérides”.

Todas estas cosas nos vienen a la mente cuando esta tarde avistamos, elevándose lentamente sobre la curvatura del horizonte, las chimeneas de Escombreras. Aunque pronto los chubascos ocultan Cartagena de nuestra vista, nos sabemos ya cerca, muy cerca del ansiado regreso a casa. La lluvia da una tregua para que podamos apreciar el sol esconderse por detrás del Cabo Tiñoso, anunciado por los solemnes versos de la Oración de la noche que, por última vez en la mar de esta Campaña, sonará por los altavoces del buque oceanográfico de la Armada.

Durante estas 171 singladuras hemos ido contándoos con más o menos acierto todas las circunstancias que acaecían al “Hespérides” durante esta vigésimo séptima expedición científica a la Antártida y lo hemos hecho con la más genuina intención de acercarnos un poquito a vosotros, los que quedáis en casa y que, con vuestra espera, soportáis parte de la cruz que tiene la vida del marino. Sin vosotros, nada de esto sería posible, por lo que no nos queda sino daros las gracias, con nombre propio, gracias a Germán, Carmen, Kevin, Cristina… y a todos los demás. Estas líneas han sido por y para vosotros, con la modesta intención de acercarnos un poco a vosotros y adelantaros todas las historias que os queremos contar mañana mismo, cuando por fin nos reencontremos y nos demos un abrazo en el Arsenal de Cartagena.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando a rumbo 065º dando un andar de 12 nudos con viento bonancible moderado del sureste, mar marejadilla, cielo parcialmente cubierto y buena visibilidad.

Al fin, tierra a la vista. Tras el paso de los chubascos durante esta madrugada que desfogaron su pluvial cargamento sobre nosotros, sazonado viento racheado por encima de treinta nudos, los rayos rojizos del sol naciente se hacen hueco entre los cumulonimbos que cubren el litoral gaditano. Precisamos 34 singladuras para salvar las 7.000 millas náuticas que separaban Buenos Aires de Madeira, y dos más hasta hoy, cuando podemos dar por completado el cruce del Océano Atlántico. Una masa de agua que, durante siglos, pareció insalvable. Lejos de las leyendas que dibujaban un océano que derramaba sus extremos sobre un abismo habitado por dragones, la fábula de una Tierra plana nunca arraigó entre navegantes y sabios medievales, como el imaginario popular sostiene hoy en día. Prácticamente desde el siglo IV antes de Cristo se conocía la redondez de la Tierra y este conocimiento no se evaporó por arte de magia mientras caían los muros de Roma. El motivo que disuadía a las naves de aventurarse demasiado al oeste era el desconocimiento del régimen de vientos que gobiernan las abiertas aguas oceánicas, la incertidumbre en el cálculo del radio terrestre ¿cómo saber cuántas millas había hasta el litoral más cercano? y, sobre todo, la falta de necesidad. Mientras la Ruta de la Seda funcionaba a todo motor, a ningún monarca le compensaba hacer una arriesgada inversión de escaso beneficio e incierto final. Tuvo que llegar un momento en el que las caprichosas Moiras entretejieron en los hilos de la Historia tres circunstancias que rompían estos condicionantes. La caída de Constantinopla puso en manos de un monopolio turco el comercio con Oriente. Paralelamente, los monarcas ibéricos daban muerte al feudalismo que maniató a los reyes europeos durante siglos para constituir los primeros Estados modernos de Europa, situación que permitió una mejora tecnológica para construir naos y carabelas, auténticas naves espaciales de aquel tiempo. Todo esto se puso en manos de una Castilla que acababa de completar la cruzada ibérica en Granada y tenía impulso para proyectarla en el Océano, más allá de esas Columnas de Hércules que eran el Fin del Mundo medieval. Hoy esas Columnas y ese lema, “Plus Ultra”, flanquean el Escudo de España recordando esta gesta, Columnas de Hércules que se abren por nuestra proa poco después del mediodía y que hoy conocemos como el Estrecho de Gibraltar.

Nuestro breve paso por Canarias apenas fue un pequeño aperitivo antes de volver a ver la España peninsular con nuestros ojos. Y lo hacemos acercándonos desde el sur al litoral que baña la ciudad más antigua de occidente. Más cerca de nosotros, en nuestra derrota procedente del sur, está el litoral marroquí, el cual se nos muestra nítido, desprovisto de la cobertura de nubes que cubren la costa norte del Estrecho. También decimos adiós a la soledad con la que veníamos navegando desde Buenos Aires para converger con decenas de buques que van a utilizar el Estrecho de Gibraltar para pasar del Mediterráneo al Atlántico. Este es uno de los pasos marítimos más importantes del planeta, por el que circulan cada año cerca de 100.000 embarcaciones, más del 10% de la circulación marítima mundial, monitorizadas por las estaciones costeras de Tarifa y Tánger. Son este paso, el Canal de Suez, el Golfo de Adén y el Estrecho de Malaca los que articulan una ruta comercial que une Oriente con Occidente en pleno siglo XXI, dando una nueva dimensión a esa Ruta de la Seda que empezó hace más de mil años y que, lejos de haber desaparecido, se adapta a los tiempos modernos.

Ríos de tinta pueden correr si queremos hablar de todas las peculiaridades del Estrecho. Podemos hablar del famosísimo viento de levante, que sopla por nuestra proa encañonado entre las dos Columnas de Hércules, restándonos un nudo de marcha y que atrae a Tarifa a los amantes del windsurf, de los aportes de agua oceánica sin los cuales el Mar Mediterráneo se desecaría en apenas mil años o de los flujos poblacionales entre África y Europa que hacen que Tarifa lleve el nombre de un general árabe o que Ceuta sea hoy tan española como cualquier villa de la meseta. Por algo los ingleses siguen manteniendo la única colonia de Europa a la sombra de una roca bañada por estas aguas.

La tarde avanza con el “Hespérides” surcando las aguas del Mar de Alborán, ya inmersos en pleno Mediterráneo. En él han vertido sus aguas más de cien pueblos de Algeciras a Estambul durante milenios hasta construir en sus playas los cimientos de lo que hoy conocemos como la vieja Europa. Autopistas para el comercio en tiempos de Roma, barranco insalvable entre el mundo musulmán y el cristiano, nido de piratas o de contrabandistas… el Mediterráneo es, como punto de encuentro entre tres continentes, uno de los lugares que más han influido en el desarrollo de la humanidad de todo el planeta. Por sus aguas seguimos navegando a rumbo este, mientras el sol se pone a nuestra espalda y vemos como, por nuestro costado de babor, comienzan a encenderse las luces anaranjadas de las costas de Málaga y Almería, mientras las luces de los faros comienzan a señalizar a las decenas de barcos que atraviesan estas aguas las proximidades del litoral que nos lleva hasta el Cabo de Gata. Navegando tanto avante con la proba ciudad de Marbella va a rendir la singladura que venía llamada a ser la penúltima de nuestra Campaña, pero que fue desplazada de este puesto al antepenúltimo por las circunstancias de la navegación del “Hespérides”.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de regular cariz navegando en demanda de Cartagena a rumbo 067 dando un andar de diez nudos con viento fresco del norte, mar fuerte marejada, cielo cubierto y buena visibilidad.

El viento racheado y el oleaje siguen siendo nuestros compañeros de viaje durante la última singladura más allá de las Columnas de Hércules y del Finisterrae. Las nubes cubren el cielo hasta donde alcanza la vista y, aunque no descargan precipitaciones, las adversas condiciones meteorológicas pronto hacen patente que nuestra llegada a Cartagena el día 19 por la mañana se está complicando. De poco sirve que, según avanza la mañana, el viento cambie al noroeste y deje de oponerse a nuestro avance cuando ya nos ha restado más de una milla de avance por cada hora de la primera jornada de navegación, lo que nos dejaría recalando en puerto más cerca de medianoche que del mediodía. En consecuencia, nuestra vuelta a casa se demorará un día más, hasta la mañana del sábado, fecha en la que se reprograma el acto de recibimiento en el que podremos reencontrarnos con nuestros familiares, que vienen a Cartagena desde toda España para recibir a sus seres queridos.

Pocas novedades más acontecen durante la última navegación oceánica de esta Campaña. Desde que hace más de seis meses superásemos el cabo que lleva el nombre del conquistador Tariq, hemos navegado por aguas oceánicas, siempre aquejadas de la mar de fondo que las hace desapacibles para las galeras de remos que, durante siglos, señorearon las olas del Mediterráneo. Tuvo que ser el genio ibérico -portugués y castellano- el que se atreviese a cortar los brazos a sus “naves mancas” para hacerlas aptas al oleaje atlántico. Siguiendo sus pasos -los de Colón, Solís, Magallanes, Elcano, Gamboa y Hoces- cruzamos el charco hasta el Nuevo Mundo y más allá. Hasta el Continente Helado que ya vislumbraba Gabriel de Castilla hace cuatro centurias, pero que ningún pie humano se aventuró a hollar hasta hace apenas doscientos años, anteayer, mirándolo con perspectiva historicista. En un mundo global como el que vivimos no somos conscientes de lo que hemos hecho y de las distancias que hemos recorrido a lomos del curtido “Hespérides”. Es ahora, cuando echamos la vista atrás y buscamos la Antártida en un mapa para señalársela a nuestros seres queridos, cuando tomamos de verdad consideración de lo lejos que nos hemos ido y de lo únicos que son aquellos parajes. Desde luego que, como dicen algunos de los marinos más experimentados de a bordo: “la Antártida es el lugar al que todo el mundo quiere ir, pero muy pocos pueden llegar”.

La noche cae con el oleaje de viento mudándose en mar de fondo según el “Hespérides” rebasa el meridiano que atraviesa el portugués cabo de San Vicente para internarse en aguas conocidas: el Golfo de Cádiz. En costas tartesias va a morir la singladura -donde los gaditanos dibujan la Atlántida que los lusos pusieron en Madeira-, con una leve mejoría del oleaje y, por ende, de nuestra velocidad tras abandonar definitivamente las aguas abiertas del Océano Atlántico.

Rinde la singladura sin más novedad.

A 0745h, a la voz del Señor Comandante se toca babor y estribor de guardia para salir a la mar desde el puerto de Funchal con viento ventolina, mar marejadilla, cielo mayormente despejado y buena visibilidad. Con el práctico local a bordo, la maniobra se efectúa de manera inversa a cómo se realizó durante nuestra entrada en puerto; con uno de los remolcadores hecho firme en nuestra aleta de babor –costado posterior izquierdo-. De esta guisa el buque larga todo y se aleja en paralelo al muelle, propulsado por la hélice transversal del castillo y por el remolcador cobrando de nuestra popa. Tras una maniobra sencilla, el buque comienza a subir velocidad para largar remolque y desembarcar al práctico en su pilotina. Navegando entre puntas, a la voz del Señor Comandante se retira babor y estribor de guardia, y entra la primera vigilancia para comenzar nuestro tránsito en demanda de Cartagena.

El último puerto de la Campaña ha sido, para muchos de la dotación, el mejor de todos ellos. Madeira es una isla paradisíaca que ofrece una infinidad de alternativas de ocio a lo largo y ancho de toda la isla. Sus numerosas quebradas, picos volcánicos y valles verdes invitan a los más aventureros a perderse por sus barrancos, a recorrer las rutas a pie que terminan en imponentes acantilados y ascender a sus cumbres mientras que los más tranquilos bien pueden disfrutar de sus pintorescos pueblecitos degustando el paisaje, una excelsa combinación de mar y montaña. La capital, Funchal, es una ciudad pequeña de edificaciones bajas de tonos pastel con cubiertas de teja que recuerdan, en su estructura y materiales de construcción, a las edificaciones tradicionales de las Canarias, muy bien cuidada y preparada para recibir con los brazos abiertos al turista. Otra semejanza con nuestras Canarias la pudimos encontrar en el cultivo principal de la región; el platanero. Infinidad de plantaciones de estos árboles con grandes hojas recubren todas las laderas de la isla para cultivar este fruto selvático en el cálido ambiente subtropical. Tras más de un mes de navegación, en Madeira hemos conseguido encontrar el descanso de la mejor forma posible.

Tras desembarcar al práctico, el buque comienza la última navegación de este despliegue a un muy respetable andar de 11.7 nudos aprovechando los mantenimientos realizados en puerto y la quietud de las aguas a socaire de la isla madeirense. Sin embargo, poco va a durar esta calma. Por levante, allá donde en días claros se distingue la chata silueta de Islas Desiertas desde el puerto de Funchal, un cielo de nubes negras se refleja sobre un mar de un color más semejante al de la roca volcánica que cimenta las edificaciones de la isla, que al azul veraniego que miles de turistas vienen a buscar cada año al archipiélago. Esta amenaza se concreta en el mismo momento que abandonamos el resguardo de la isla. Procedentes del norte, más de treinta nudos de viento se ciernen sobre nosotros en el mismo momento en que asomamos la proa por el litoral más levantino de Madeira. Los alisios siguen soplando, irreductibles y severos, provocando que el buque comience a dar cabezazos, hundiendo su pantoque en los senos de las olas como tantas otras singladuras hicimos antes de entrar en puerto. Las mismas condiciones que nos acompañaron durante los últimos quince días van a despedir los dos últimos días de tránsito atlántico del “Hespérides, mientras el cielo azul que recubre la isla de Madeira queda por nuestra popa y nos internamos en una negrura que se funde desde las nubes hasta las aguas que surcamos.

La severidad de las condiciones meteorológicas no viene sola. La mar picada nos resta, con cada pantocazo, más de dos nudos de andar, y el duro viento procedente de sectores proeles también hace un flaco favor a nuestros intereses. En TRANSAS, el sistema cartográfico electrónico de a bordo, el calculador de ETA –Estimated Time of Arrival, en el argot náutico- muestra que, a los escasos diez nudos que somos capaces de dar, nuestra entrada se ve demorada hasta la tarde / noche del viernes, frente a nuestra intención original de atracar en Cartagena en la mañana del viernes. Desde luego que la meteorología no está alineada con nosotros, o bien es que el Atlántico se quiere despedir del “Hespérides” por todo lo alto. Los mapas de viento y oleaje aseveran que el Golfo de Cádiz nos proporciona la tranquilidad que tanto anhelamos para poder recuperar nuestra velocidad original, protegidos de las recias condiciones del océano abierto. No obstante, quedan más de cuatrocientas millas para navegar tanto avante con el Cabo San Vicente, y es tiempo que debemos enfrentarnos a viento y marea de forma irremediable.

Bregando con viento y mar transcurre la singladura, última de la Campaña en aguas abiertas del Océano Atlántico. Quedan algo menos de veinticuatro horas en estas condiciones, durante las cuales los motores dan todo lo que tienen y un poco más para poder ganar hasta la última milla posible y así acercarnos lo más deprisa posible a nuestro último puerto de destino: Cartagena.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de buen cariz navegando a rumbo 010 con viento fresco del noreste, mar fuerte marejada, cielo parcialmente cubierto y buena visibilidad.

Y de pronto, la calma. Tras treinta y tres días de mar marejada y oleaje tendido, de forma repentina, a mitad de la madrugada el viento cesa, las olas se calman y hasta las nubes nos permiten mostrar un firmamento –por fin- presidido por la Estrella Polar. Estamos acercándonos a nuestro destino: Madeira, cuya marcadísima orografía volcánica –más de 1.800 metros de altura en apenas 750 kilómetros cuadrados- apantallan los vientos alisios, dejando al norte un pluvioso litoral de barlovento batido por el oleaje que contrasta con el apacible y soleado sur.

Madeira es un archipiélago formado por tres islas de origen volcánico que, junto con Azores, Canarias y Cabo Verde, constituye el grupo insular geológico conocido como la Macaronesia. Aunque su existencia se menciona en manuscritos anteriores, que las identificaban con las Islas Afortunadas de la mitología griega, o incluso con la legendaria Atlántida, fueron descubiertas de manera oficial en 1418, cuando los portugueses Joao Gonçalves Zarco y Tristao Vaz Teixeira arribaron a Porto Santo. Un año después, pondrían su pie en Madeira, la isla más grande y populosa del archipiélago. Era la época en la que Portugal y Castilla se lanzaban al Atlántico para explorar el otro confín del mundo, y los monarcas lusos pronto se dieron cuenta de la importancia estratégica de esta isla, en plena ruta de tránsito de los vientos alisios para explotar su ruta comercial con Asia a través del Cabo de Buena Esperanza. Fue en estos tiempos donde comenzó la célebre explotación del vino madeirense, en paralelo a la cerealista y azucarera, explotaciones que fueron el principal activo comercial de la isla hasta bien entrado el siglo XX, cuando el turismo nacional y europeo se convirtió en la principal fuente de ingresos del archipiélago. El mundo del fútbol también tiene la chincheta puesta en Madeira. Si hace poco más de un mes veíamos como Messi desataba el fanatismo en las calles de Buenos Aires, hoy recalamos en la ciudad natal de su más acérrimo competidor: Cristiano Ronaldo, donde dio sus primeras patadas al balón el que hoy rivaliza con el argentino por el título del mejor jugador del mundo.

Cubierta por una boina de nubes, la luz crepuscular descubre ante nosotros las escarpadas laderas de la isla madeirense. Cubiertas de un dosel de vegetación, las faldas del volcán ascienden hasta el cielo jalonadas por infinidad de casitas de colores suaves con techumbres de tejas a cuatro aguas, al estilo tradicional madeirense. En la parte más baja de la costa se encuentra el núcleo del que emana esta impresionante cantidad de edificaciones y nuestro próximo puerto de recalada: Funchal.

A la voz del señor Comandante, a 0730 horas se toca babor y estribor de guardia para entrar en puerto con viento ventolina, cielo despejado, mar marejadilla y una leve mar de fondo de levante que da testimonio del temporal que tiene lugar pocas millas más al este. La penúltima maniobra de entrada de puerto de la Campaña se realiza con práctico a bordo y auxiliados por un remolcador en toldilla para quedar atracados por estribor al muelle comercial del puerto comercial de la capital madeirense. Con una estacha de cada firme en castillo y toldilla, a la voz del señor Comandante se retira babor y estribor de guardia para dar por concluida la singladura que pone punto y final a la última gran navegación de la XXVII Campaña Antártica.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de regular cariz navegando en demanda de Funchal con viento fresco del noreste, mar fuerte marejada, cielo cubierto y buena visibilidad.

¿Cómo que 33? Se preguntarán muchos al ver el número de la singladura que esta media noche anotamos en el encabezado del Cuaderno de Bitácora. Parece que fue ayer cuando salíamos de Buenos Aires a rumbo este, igual que parece que no va a terminar nunca el oleaje que nos persigue desde que abandonásemos el Río de la Plata hasta nuestra entrada a resguardo del puerto de Funchal, ya en la isla lusa de Madeira. Las brillantes luces nocturnas de las edificaciones que jalonan el litoral norte de Tenerife aún se aprecian cercanas en el horizonte, por nuestra popa, cuando el “Hespérides” vuelve a someterse a los embates del oleaje, inclemente, antes de internarse de nuevo en la negrura del Océano Atlántico.

El viento saltó por encima de los cincuenta nudos cuando, unas horas antes de la medianoche, el buque superó el cabo más noroccidental tinerfeño; Punta Teno, embolsado como se encuentra normalmente el viento en estos salientes de costa, y como bien refleja el precavido refrán marinero que advierte que “no hay punta sin racha…”. Más al norte, el viento se estabiliza en unos 27 nudos de intensidad; el límite que la escala Beaufort marca entre viento fresco y viento frescachón, una intensidad que, de conseguir la persistencia temporal suficiente, se asocia con mar gruesa en la escala Douglas de oleaje. 27 nudos apenas equivalen a vientos de 50 kilómetros por hora, pero esta intensidad, infrecuente de ver tierra adentro, sería suficiente para zarandear peligrosamente los árboles más grandes o para oponer una seria dificultad para caminar contra el viento. En la mar, las olas se alargan notablemente y los borreguillos se transforman en crestas rompientes que arrastran espuma por toda la cresta del oleaje. Aún en estas latitudes subtropicales el Atlántico aprieta. Más al norte, las borrascas golpean inclementemente el litoral bretón, irlandés y gallego, haciendo que el temible Mar de Hoces no se aleje tanto de un Finisterre embravecido.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de regular cariz navegando a rumbo 033º con viento frescachón del noreste, mar gruesa, cielo cubierto y buena visibilidad.

El oleaje no amaina mientras el “Hespérides” continúa bregando contra viento y corriente para ganar millas hacia el Norte en demanda del archipiélago portugués de Madeira. Parece que Anticiclón de las Azores se posiciona estratégicamente para dejar nuestras zonas de navegación sometidas a los gradientes báricos más acusados del Atlántico subtropical. El vórtice de las altas presiones se desplaza junto a nosotros hacia el Norte, trasladando así el fetch del oleaje que hace unos días desarrollaba frente a las costas del Sáhara al espacio de mar que separa nuestras Canarias del archipiélago subtropical portugués. Así, con una marcada escora a babor por efecto del recio viento del noreste, el buque continúa su navegación dando un andar de nueve nudos hacia las Islas Canarias.

Por fin, seis meses después, volveremos a ver tierra española. Únicamente será de pasada y no recalaremos en ningún puerto canario ya que los compromisos de la Campaña Antártica nos emplazan en Funchal el día doce, pero siempre es una alegría volver a estar en España. Distinguir en lontananza las afiladas siluetas de los volcanes canarios es la primera señal de que ya estamos llegando a casa. La imponente figura del Teide es, en días claros, discernible a más de 40 millas de distancia, visión que se ve hoy reducida a unas pocas millas por efecto de la bruma, que lo envuelve por la acción de estas nubes de formación orográfica. Aunque no podamos verlo, el efecto de la mole volcánica es más que perceptible sobre la mar, y, con este fin, modificamos nuestra derrota para aprovecharnos del resguardo que nos proporciona la montaña más elevada de España. En un principio, nuestra derrota transitaba a levante de El Hierro y La Palma, en rumbo directo hacia Madeira. Sin embargo, los recios vientos del noreste y el efecto que tiene la escarpada orografía canaria sobre ellos nos han hecho considerar otra alternativa; una que, en vez de acelerarlo, nos diese un poco de resguardo. Es por eso que alteramos nuestro rumbo levemente para recalar entre Tenerife y la Gomera, un paso orientado al noroeste y que, frente al encañonamiento que producirían La Palma y La Gomera, nos proporciona unos momentos de calma y protección frente a los inclementes vientos alisios que tenemos desde hace unas semanas.

Aprovechando la tranquilidad que nos brinda el paso entre estas islas, la tarde se consagra a un ejercicio no demasiado común a bordo del “Hespérides”: un tiro con armas portátiles. Aunque no es nuestra misión principal, el buque oceanográfico de la armada dispone de armamento ligero orientado a defendernos de potenciales agresiones de carácter asimétrico o pirático que pudieran darse en las zonas de navegación que transitamos y, como militares que somos, debemos ser conocedores del mismo y saber emplearlo con eficacia. Y es que, el Canal Beagle es una zona tranquila y libre de esas preocupaciones, pero hace unas semanas mencionábamos los peligros que entraña el Golfo de Guinea, y, tristemente, esta zona no es la única del mundo en la que los delincuentes se sirven del mar, por lo que debemos estar preparados para estas eventualidades. De esta forma, se realizan disparos contra un blanco a la deriva con la ametralladora ligera MG-42 del buque, los fusiles de asalto CETME – C, vetustas pero fiables armas de fabricación nacional y con pistolas STAR de 9 mm. Por inusual, no deja de ser importante que la dotación del buque se encuentre adiestrada y conozca el manejo del armamento disponible para enfrentarse a cualquier contingencia de esta índole.

La noche cae con las cumbres gomeras de Garajonay, visibles sobre el mar de nubes, ocultando el sol tras sus redondeadas laderas. El Teide, por nuestro estribor, se hace más remolón, pero en seguida se hacen visibles la infinidad de luces que, como un portal de Belén, salpican todo el litoral tinerfeño que nos da unas horas de calma antes de volver a enfrentarnos al Atlántico embravecido.

La crudeza de los alisios no tarda en volver cuando en Punta Teno rachea hasta 50 nudos de intensidad y la suave mar de fondo del canal no tarda en convertirse en mar gruesa que vuelve a golpear nuestros pantoques. Dejando las luces de Tenerife y la Gomera por la popa, decimos hasta pronto a España para volver a internarnos en la oscuridad y en el temporal, rumbo a Funchal desde que saliésemos el pasado día 10 de Buenos Aires, a punto de inaugurar la que será nuestra singladura número 33.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de regular cariz navegando a rumbo 033 dando un andar de 8,3 nudos con viento fresquito del noreste, mar fuerte marejada, cielo parcialmente cubierto, buena visibilidad y horizontes tomados por calima.

Las singladuras en tránsito rumbo al archipiélago de Madeira se suceden sin apenas diferenciarse unas de otras, navegando en tránsito alejados de las principales líneas de tráfico y bancos pesqueros. Apenas hemos avistado media docena de contactos desde que atravesásemos el Ecuador hace poco más de una semana, y nuestro ascenso a lo largo del litoral saharaui no ha traído nada nuevo en ese aspecto. Estas aguas antaño concurridas por veleros que navegaban a rumbo oeste sirviéndose de los alisios, hoy han quedado un poco al margen del interés comercial general, pese al creciente flujo de petroleros que alimenta Europa desde los pozos de oro negro guineanos.

La meteorología tampoco presenta grandes diferencias de un día a otro. Desde que ayer superásemos el Cabo Blanco, los vientos alisios han rotado sensiblemente al noreste, a la par que han suavizado su intensidad según se desarrollaba la mañana, únicamente para ver cómo desaparecían los rompientes de las olas y la mar de viento era rápidamente reemplazada por el oleaje tendido de un periodo muy semejante. Y es que el anticiclón apenas se ha desplazado algo más al norte, trasladando la región de mar dura que superamos ayer en Cabo Blanco a la franja que separa Canarias de Cabo Verde, con lo que el cansino movimiento de cabezada nos acompañará hasta nuestra misma entrada en Funchal. El hecho de que el buque sume, con la de hoy, 31 singladuras bebiendo ininterrumpidamente de sus tanques de combustible, tampoco ayuda demasiado para compensar el meneo. Un buque recién repostado tendrá más desplazamiento y el centro de gravedad mucho más bajo, dos factores que contribuyen muy notablemente a la estabilidad de la plataforma.

A un andar de nueve nudos, mucho más alegre que el del día de ayer, el “Hespérides” continúa sumando millas a rumbo Norte y superando hitos para nuestra llegada a Cartagena. La mañana de hoy es testigo de cómo superamos otro de los paralelos significativos terrestres: el Trópico de Cáncer. Emplazado en latitud 23º 26’ Norte, esta línea actúa de manera análoga al Trópico de Capricornio austral que atravesamos hace unas semanas; enlazando todos aquellos puntos donde el sol alcanza el cénit el día del solsticio de verano. A pesar de que ésta línea se relaciona con áridos desiertos, arquetípicos de los países que atraviesa –Mauritania, Omán…-, nuestra recalada en esta zona no puede ser menos desértica; nubes grises cubren el cielo en toda su extensión, y dejan leves lloviznas que hacen por aclarar algo la calima del horizonte.

Con su cruce, abandonamos la región cálida tropical del globo para adentrarnos en las regiones templadas del planeta, dejando atrás las tórridas extensiones desérticas para recalar en los envidiables climas de los archipiélagos subtropicales. Al primero de ellos arribaremos, previsiblemente, mañana por la tarde y será la primera vez que veamos tierra española desde hace seis meses: las Islas Canarias.

Rinde la singladura sin más novedad.

Comienza la singladura de regular cariz navegando a rumbo 014 con viento frescachón del noreste, mar fuerte marejada, cielo cubierto y buena visibilidad.

El viento no ha dejado de soplar duro de componente NNE durante toda la noche y seguirá así, al menos, durante las próximas 33 horas. El Anticiclón de las Azores se encuentra emplazado en una posición especialmente excéntrica hacia levante y comprime las isobaras contra la costa africana, haciendo que las suaves brisas del ENE que son los vientos alisios se tornen vientos duros del norte cuando el buque alcanza la altura del Cabo Blanco. Los esfuerzos combinados de tres diésel generadores apenas son suficientes para compensar la fuerza de los treinta nudos de viento y de la mar gruesa que golpea nuestra abombada proa de rompehielos. Con cada pantocazo, la mar frena en seco al “Hespérides”, y los motores, recurrentemente, deben ser detenidos para reemplazar sus inyectoras, fatigados ya como están tras seis meses de Campaña. Con estas perspectivas, el “Hespérides” tuerce su rumbo al noreste al superar el segundo punto más occidental del litoral atlántico africano para continuar enfrentando a los vientos alisios a rumbo Norte a lo largo de la costa del Sáhara Occidental.

El litoral saharaui, comprendido tradicionalmente entre Tarfaya y el paralelo 20º 45’ S, es el más grande de los diecisiete territorios declarados por la ONU como no descolonizados por no haberse constituido aún una soberanía plena o integración total en la potencia colonizadora. Sin embargo, el caso saharaui es más complejo ya que, tras la marcha de España, el proceso descolonizador se vio truncado por la intromisión de una tercera potencia: Marruecos. Este es un territorio árido que estuvo históricamente poco poblado por tribus nomádicas, alejadas de los poderosos reinos del Magreb y de las naciones negras de África central. Los intereses españoles aquí vienen de antiguo, desde el siglo XVI, cuando los pescadores canarios se comenzaron a interesar por el rico caladero del Sáhara. Sin embargo, no fue hasta la Conferencia de Berlín cuando internacionalmente se reconoció la potestad española sobre esta región, un pequeño premio de consolación mientras otras potencias europeas se repartían las mejores tajadas del pastel colonial africano. Fue a mediados del siglo XX, cuando España descubrió ricos yacimientos minerales en el suelo saharaui y comenzó las tareas para explotar el árido suelo de la ya convertida en 53ª provincia española. En vista de esta situación, al Sáhara le comenzaron a salir pretendientes, y Marruecos comenzó a hacer patria por ese “Gran Marruecos” que llegaba desde Tánger hasta el África negra. Por su parte, los propios saharauis comenzaban a revolverse por su independencia y el Frente Polisario comenzaba su actividad armada mientras la ONU auspiciaba a España, remolona, a que celebrase un referéndum con el que zanjar el proceso descolonizador del Sáhara.

Las disensiones internas en el seno del Régimen franquista sobre qué hacer con el Sáhara, hicieron que se perdieran unos años preciosos y, cuando el proceso descolonizador se puso en marcha, ésta ya no era una cuestión solo entre España y los saharauis. Muchos ojos observaban, ávidos, el Sáhara Español, particularmente los de Marruecos y Argelia, cada uno de ellos respaldado por toda una facción internacional en el mundo bipolar de la Guerra Fría. De esta forma, desoyendo el Dictamen de la ONU que negaba cualquier derecho marroquí sobre el Sahara, Marruecos puso en marcha la Marcha Verde, una auténtica invasión encubierta del Sáhara Español que, a medida que los militares españoles iban abandonando el terreno, una masa popular marroquí –respaldada por el Ejército y sus socios internacionales- tomaban el control de facto sobre “su” Sahara. Tras la ocupación, el Frente Polisario declaró la República Árabe Saharaui Democrática, reconocida por Argelia y comenzó una guerra de guerrillas contra Marruecos que aún perdura hasta el día de hoy.

Rinde la singladura sin más novedad.

    

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